Las plantas son la columna vertebral de la vida en la Tierra. Representan el 80% de la biomasa total y eso no es todo. Gracias a ellas nuestra atmósfera tiene la cantidad de oxígeno adecuada para la vida, nos proporcionan los alimentos que consumimos y gran parte de la ropa que vestimos, y hasta los materiales que usamos para nuestras construcciones.
A esto hay que sumarle que son las grandes responsables de la regulación del clima al absorber dióxido de carbono de la atmósfera, lo que ayuda a reducir el calentamiento global. Al menos esa es la realidad más visible, pero hay más. Las raíces de las plantas ayudan a unir el suelo, evitando la erosión y manteniendo la fertilidad del mismo. Esto impide en muchos casos o al menos reduce los efectos de inundaciones y aludes.
El problema es que no pueden luchar solas contra el cambio climático y este ha comenzado a reducir su valor nutricional. En primera instancia, se está produciendo un crecimiento acelerado que podría hacernos pensar que serviría para compensar parcialmente las crecientes emisiones de gases de efecto invernadero al almacenarse más carbono en las plantas. Sin embargo, existe una contrapartida: estas plantas de crecimiento rápido pueden contener menos nutrientes.
De acuerdo con un estudio realizado por Ellen Welti, ecóloga del Instituto Smisthsonian, la dilución de nutrientes podría afectar a las especies en toda la red alimentaria. «Creemos que los cambios a largo plazo en el valor nutricional de las plantas pueden ser una causa subestimada de la disminución de las poblaciones animales. Estos cambios en las plantas no son evidentes a simple vista, como el aumento del nivel del mar, ni tampoco son repentinos e inminentes, como los huracanes o las olas de calor, pero pueden tener importantes efectos a lo largo del tiempo», sostiene Welti en un ensayo publicado en «The Conversation».
Esta reducción de nutrientes crea un efecto en cadena: los animales se exponen a depredadores, están en peor forma física y su capacidad para crecer y reproducirse se reducen notablemente. Para todos los animales, incluso para nosotros, los humanos. La disminución de los micronutrientes, que desempeñan papeles importantes en el crecimiento y la salud, es una preocupación particular: los registros a largo plazo de los valores nutricionales de los cultivos han revelado disminuciones en el cobre, el magnesio, el hierro y el zinc. Y se espera que estos niveles se reduzcan aún más en las próximas décadas.
El efecto no solo tiene consecuencias para los animales que consumen plantas: el ganado también tiene dificultades para encontrar suficientes proteínas para satisfacer sus necesidades. «Las concentraciones de proteínas están disminuyendo en los pastos de los pastizales de todo el mundo, añade Welti. Esta tendencia amenaza tanto al ganado como a los ganaderos, reduciendo el aumento de peso de los animales y costando dinero a los productores».
En zonas menos afectadas por la actividad humana, la evidencia sugiere que los cambios en la química de las plantas pueden desempeñar un papel en la disminución del número de insectos, pero por suerte los insectos no importan… ¿O sí?
Muchos insectos se alimentan de plantas y es probable que se vean afectados por la reducción del valor nutricional de las mismas. Los experimentos han demostrado que cuando los niveles de dióxido de carbono aumentan, las poblaciones de insectos disminuyen, al menos en parte debido a la menor calidad de los suministros de alimentos. Y esto podría afectar a las abejas, por ejemplo, responsables de la polinización y centrales en todos los ecosistemas.
Por si fuera poco, hay una sorpresa que destaca Welti: no todas las especies de insectos están disminuyendo. Algunos tipos de saltamontes prefieren plantas ricas en carbono, por lo que el aumento de los niveles de dióxido de carbono podría provocar un aumento en sus poblaciones. Otros insectos, como pulgones y las cigarras, se alimentan del tejido vivo del interior de las plantas y también pueden beneficiarse de las plantas ricas en carbono.
La dilución de nutrientes también es un problema en los océanos, donde el calentamiento de las aguas está reduciendo el contenido nutricional de las algas marinas gigantes y afectando la vida animal marina. El problema es que esto puede ser apenas la primera etapa visible para los humanos de los efectos en las plantas. También puede verse reducida su capacidad para producir oxígeno o crear raíces sólidas, lo que nos afectaría directamente, creando un ambiente menos propicio para la vida o facilitar aludes y avalanchas.