Los Juegos Olímpicos de París pasaron con nota la prueba en una situación mundial complicada. La mayor preocupación era la seguridad y no hubo nada grave que reseñar, más allá de la molestia a los ciudadanos por las medidas tomadas, especialmente para una ceremonia inaugural que fue rompedora, más pensada para la televisión que para el directo, donde decepcionó. En ella, en lo que a España se refiere, más todavía que los abanderados Marcus Cooper y Támara Echegoyen brilló Rafa Nadal, portador de la antorcha en uno de los momentos cumbre. Después, en la competición, el balear se vio tan lejos de donde quería que la decisión de retirarse tomó más forma que nunca, aunque se dio el gusto de tener a todo el mundo pendiente de su dobles con Alcaraz.
La imagen en todas las sedes era de lleno o sensación de lleno, difícil de prever por el elevado precio de las entradas. Los Juegos dentro de la ciudad fueron un éxito y los Juegos en lo deportivo encontraron varios héroes. Los esperados, como Leon Marchand, que fue el heredero de Phelps, o la inmortal Ledecky y su cuarto oro en otras cuantas citas olímpicas, en la piscina; o Duplantis en la pista con su vuelo en salto con pértiga.
La imágenes inolvidables, como la de Simone Biles, la reina en su regreso tras los problemas de salud mental, reverenciando a Rebeca Andrade, la brasileña que por fin logró superar a la leyenda en una final, la de suelo; o la de otro brasileño, Gabriel Medina, inmortalizado por el fotógrafo francés Jerome Brouillet en Tahití, en Teahupoo, con su tabla de surf levitando.
Las escenas virales, como la del turco Yusuf Dikec, medallista de plata en tiro con una mano en el bolsillo; o la australiana Raygun y el baile que terminó de «matar» el sueño olímpico del breaking. Y la polémica, con la boxeadora Imane Khelif, que puso sobre la mesa más que nunca el debate sobre la identidad de género.
Y España... Pues fue España en unos Juegos. El «esta vez sí se superarán las 22 medallas de Barcelona» (¿acaso no se dice siempre lo mismo?) se quedó en 18 más una que no cuenta para el medallero, la de Carolina Marín, que perdió una plata segura (estaba siendo muy superior en semifinales) al romperse otra vez la rodilla, pero se ganó el cariño de los aficionados y de las rivales, especialmente de He Bing Jiao, que subió al podio con el pin de España.
Fueron 5 oros, 4 platas y 9 bronces. Deslumbró la marcha, tan maltratada, con María Pérez y Álvaro Martín (plata ella, bronce él; oro ambos), brillaron los equipos (balonmano, waterpolo, fútbol, el sorprendente 3x3 femenino, sincronizada) y el boxeo; y el piragüismo se convirtió en el deporte que más medallas ha dado en la historia al equipo nacional (23), con el récord de seis de Saúl Craviotto a la cabeza. Se escapó alguna incomprensible como la de Jon Rahm, si todo hubiera cuadrado (y el deporte, a veces es cuestión de suerte, un segundo, un instante), se podría haber llegado a 23, pero el análisis tampoco tendría que ser distinto. El nivel de España ahora es rondando los 20, desde el gran salto de Barcelona. Tiene que definir qué quiere ser para superarse.