«Feijóo no sirve», «no da la talla», «le falta carisma», «no tiene mordiente». Líbrenos Dios de augurar quién puede o no ser «gran» presidente. De no mediar la coyuntura de la guerra, Winston Churchill no hubiese llegado a la esquina. Si Kohl no hubiese tirado el muro, Angela Merkel hubiese sido profesora de Física. De no haber estado Biden tan deteriorado, ni ser tan gris su sucesora, difícilmente Donald Trump sería presidente. Y luego está el cambio que hombres y mujeres experimentan en el cargo, bendecidos por la exposición mediática y el relumbrón del poder. Es como si creciesen dos palmos, incluso Sarkozy, con su metro sesenta y cinco; o Aznar y Hollande, con su metro setenta. El que me diga que sospechaba del talento presidencial de Adolfo Suárez, de la cordura de la Merkel o del empuje de un actor de Hollywood como Reagan, miente. Jamás hubiese imaginado, cuando entrevisté a ese jovencito simplón, que Pedro Sánchez iba a tener semejante resiliencia y aguante. Tampoco que la voz atiplada de Aznar ocultase un hombre tan firme, con ideas tan claras. Media un universo entre la oposición y Moncloa. Para llegar al poder, una persona ha de tener paciencia, resistencia y empuje.
El jefe del Partido Popular está en realidad bien situado en el centro, que es donde se ganan las elecciones, lo que ocurre es que el voto de la derecha no es suficiente si se comparte con Vox. Feijóo lo explica una y otra vez cuando hablas con él. Los desmanes de Pedro Sánchez son tan impopulares (amnistía de Puigdemont, financiación especial para Cataluña, excarcelación de etarras, escándalos de corrupción de su mujer, su hermano y su ministro Ábalos) que ni el sólido suelo del PSOE podría evitar una derrota morrocotuda, salvo por el hecho –ya probado– de que Sánchez tiene más posibilidades de formar gobiernos-monstruo, incluso en minoría, porque todo lo concede, hasta lo innoble.
La lista de obstáculos de Feijóo es muy grande. Para empezar, no debe ser diezmado desde la derecha a su derecha, que viene impulsada por un discurso que triunfa en toda Europa contra la Unión Europea, contra la emigración y con nuevas versiones del nacionalismo estatal. Y debe hacerlo sin apartarse del centro, con una moderación que a los exaltados les resulta aburrida. En segundo lugar, tiene que poder vender un futuro con Vox (de otro modo los números no salen) sorteando el fuego enemigo –tan eficaz– contra «la ultraderecha que viene». Su tercer escollo es el necesario apoyo de las minorías conservadoras independentistas (Junts y PNV), que han protagonizado desmanes extremos con Sánchez y a las que el votante medio de centroderecha no puede ver.
Hay más. Cataluña es un territorio baldío para el PP, al menos en estos momentos, porque el PSC ha sabido hacerse con un falso centro y presentarse como opción constitucional, aunque apoye la ruptura de la caja solidaria. Y hablamos de la segunda bolsa nacional de votantes, después de Andalucía. Finalmente, Díaz Ayuso destaca en las líneas de futuro y, a veces, está el peligro de que opaque al jefe. Sería bueno correr el riesgo hasta de anunciarla como vicepresidenta, de modo que se visualizase un tándem poderoso. Favorece esta opción la común enemiga, la desastrosa gestión de Casado.
Con total modestia, sugeriría un par de líneas más a la oposición. Para empezar, una mejor venta de los desastres económicos de España. No solo la deuda está disparada (eso apenas lo entiende el votante medio), sino que el empleo es un problema grave, el paro juvenil es desastroso y la vivienda es el cáncer nacional. Eso lo padecen todos en casa. En segundo lugar, cierta frescura propagandística, en las redes y en los vídeos, el PSOE no ceja en este campo. Y, tercero, cierta chulería para explicar que pactar con Vox es mejor que hacerlo con Puigdemont.