Querido Juan, mucho lamentaría tener que sacar del cajón de mi despacho la bandera de España a la que me comprometí aquel día. Te conocí hace bastantes años. Fuiste mi presidente primero, y poco a poco, con los post scriptum que me enseñaste a escribir, nos reconocimos, mi profesor, mi preceptor y mi amigo.
Lo primero para ti siempre fue España. Un Orgullo. Y nuestro querido José Antonio, entre la saña de un lado y la antipatía del otro ¡nunca estarían matándose por los campos de España!
Tú me has enseñado los libros prohibidos y donde poder acceder a ellos en los sitios clandestinos. Creo que por lo que más has luchado, después de España, ha sido por la memoria de José Antonio, y estoy seguro de que os daréis un eterno abrazo en el camino celestial. ¡Envidia! (mención aparte Carmina y tus queridos hijos).
Valor y audacia. Arte de diplomacia. Agudeza y arte de ingenio que decía Baltasar Gracián. Las cartas van a los cajones, nunca a los buzones. Las cosas a la cara. Como director de comunicaciones que fuiste en los años de libertad, previos a los actuales regímenes, a pesar de ser poco avezado en la tecnología del momento, sabes bien que la comunicación es algo ontológicamente atribuible a los humanos. Pero tampoco con tanto entusiasmo deshumanizado como en las épocas que corren.
A ti te gusta enseñar ¡porque sabes! Sabes que cuando no hay que decir nada, lo mejor es callarse. No hace falta que te oigan. Pero si hay que hablar, desde luego, no te callas. Pero ¡ay! Pobrecito el que te haya interpelado.
Siempre a construir, pero por la hipercomunicación vacía, aunque esté de moda, no pasas, ¡sobra! Si se habla, es para decir. Y si no hay que decir nada, uno se calla ¡basta ya de tantos idiotas! ¡a la porra! Y mientras, pues eso, a pensar y a hacer, que para eso uno existe.
A sabiendas de lo anterior, da pánico llamarte. Nadie puede aguantar treinta minutos a tu ritmo. Cada frase, cada palabra, cada sílaba, cada letra, tienen su significado, y si no está uno atento, es cuestión de no más de diez segundos, descuidadas las connotaciones, de no saber a lo que te refieres, no porque no hables claro, sino por falta de conocimiento y/o de contexto del interlocutor. Pocas, o mejor ninguna vez, te he oído hablar, sin decir nada, como tan habitual es ahora.
Nuestro primer y mayor nodo fueron las Mutuas de Accidentes de Trabajo (ya sé que tu orgullo es Guttmann y la Universal), pero dijiste que desde pequeño tu mayor ilusión fue la de ser presidente de AMAT, y con eso me quedo. No se me olvidará la primera votación de Presidente con don Mariano. Aplastante como un legionario en la batalla. Pero siempre en busca de un acuerdo. La verdad es que creo que siempre juegas con ventaja. La ventaja de tu experiencia, que no es pobre en años, de tu conocimiento, de tu sabiduría. La ventaja de ser el mejor.
La ventaja de los que no tienen que pensar sobre algo excepcional o nuevo, sino de los que se mueven por instinto, desde el primer día de su vida hasta el último. Y eso Juan no se aprende. Igual se puede ir adquiriendo algo, pero imposible llegar al nivel de una persona como tú, que lo lleva de serie.
Tratando de decirte algo, no sé si lo he conseguido, pero que sepas que te admiro y que te quiero. Mente cristalina y sabia. Es un orgullo conocerte, estar en mil batallas, luchar y defender aquellas ideas, tildadas por muchos cortoplacistas de románicas y trasnochadas, pero que sabemos de cierto llevan a la libertad.
Ojalá existieran más hombres, me disculpen los del lenguaje inclusivo, como tú.
¡Nos vemos en el camino celestial!
Pedro Pablo Sanz es amigo de Juan Echevarría y director gerente de la Asociación de Mutuas de Accidentes de Trabajo (AMAT)