Un reciente estudio titulado «Inequalities in the longevity of females and males aged 65+ in Spain, 2008-2021. The role of pension income» y elaborado por Vidal-Meliá, C., Ventura-Marco, M., Regúlez-Castillo, M., & Pérez-Salamero González, J. M. (2023), del Instituto Complutense de Análisis Económico (ICAE), arroja luz sobre la relación directa entre el nivel de las pensiones y la esperanza de vida en España. Sus hallazgos sugieren que quienes perciben pensiones más altas tienden a vivir más años, mientras que los pensionistas con menores ingresos no solo cuentan con una menor longevidad, sino que también afrontan una mayor incertidumbre sobre el momento de su fallecimiento.
El estudio, pionero en un país donde hasta ahora se sabía muy poco sobre la esperanza de vida de los pensionistas en función de sus ingresos, analiza las desigualdades de la longevidad entre los pensionistas españoles mayores de 65 años, según la cuantía de la pensión de jubilación, en el periodo comprendido entre 2008-2021.
La esperanza de vida a los 65 años (LE65) es un indicador demográfico que mide el número promedio de años que una persona de 65 años puede esperar vivir, dado el nivel de mortalidad vigente en el momento de la medición. Este indicador es utilizado para evaluar la longevidad en edades avanzadas y es particularmente relevante en el análisis de los sistemas de pensiones, ya que ofrece una estimación de cuántos años adicionales en promedio recibirán prestaciones los jubilados. Para los hombres, la diferencia en la esperanza de vida a los 65 años entre los pensionistas de mayores y menores ingresos alcanza un máximo de hasta 4,06 años, pero que en el último período analizado queda reducido a 2,83 años en el caso de las mujeres, aunque sigue reflejando una desigualdad sustancial.
«¿Qué harías con cuatro años adicionales de vida?» Es una pregunta que pocos se plantean al hablar de jubilación. Sin embargo, esta diferencia de longevidad sugiere que, detrás de los números, hay factores de calidad de vida, salud y acceso a servicios que juegan un rol crucial. Este patrón no solo subraya la importancia de la cuantía de la pensión como un factor determinante de la longevidad, sino también refleja la necesidad de considerar estas disparidades al diseñar políticas públicas relacionadas con el sistema de pensiones, apuntan los expertos del informe.
El análisis histórico del estudio revela que las desigualdades en longevidad no han sido lineales. Para los hombres, las diferencias en la esperanza de vida comenzaron en 2,67 años al inicio del periodo analizado, alcanzaron un máximo de 4,06 años y luego descendieron nuevamente. Esta oscilación refleja una sensibilidad a factores sociales y económicos que pueden ir desde los cambios en la salud pública hasta la estabilidad laboral. En contraste, las diferencias para las mujeres, aunque también fluctuantes, han sido más moderadas, variando entre 1,84 y 2,67 años.
Estas fluctuaciones invitan a preguntarse qué elementos específicos han contribuido a esta evolución y si estas desigualdades podrían reducirse con políticas más inclusivas que aborden las disparidades en los ingresos de los pensionistas. Además de la esperanza de vida a los 65 años (LE65), el estudio examina también la longevidad a edades más avanzadas, concretamente a los 75 (LE75) y 85 años (LE85), en función del nivel de ingresos por pensión. Los resultados muestran que, aunque los pensionistas con ingresos más altos tienden a vivir más tiempo incluso en edades avanzadas, la magnitud de las diferencias tiende a reducirse a medida que la edad avanza.
Esto implica que, aunque las desigualdades en longevidad persisten entre los pensionistas de mayores y menores ingresos a los 75 y 85 años, estas son menos pronunciadas que las observadas a los 65 años. Este patrón refleja que, a edades avanzadas, los factores que contribuyen a las diferencias en esperanza de vida se vuelven menos determinantes.
En términos prácticos, a medida que los pensionistas envejecen, el impacto de los ingresos en la longevidad se modera, aunque sigue siendo evidente en las primeras etapas de la jubilación. Este hallazgo aporta una visión más matizada sobre cómo la longevidad se distribuye entre los distintos niveles de ingresos y sugiere que la edad introduce un factor moderador en la relación entre ingresos y longevidad, una realidad que puede ser clave para el diseño de políticas más equitativas en la jubilación.
La pandemia de COVID-19 impactó de forma desigual en la longevidad de los pensionistas. Dos grupos parecen haber experimentado una mejora inesperada en su esperanza de vida durante la crisis sanitaria: los hombres con menores ingresos y las mujeres con ingresos más altos. En el caso de los hombres de bajos ingresos, esta mejora podría estar relacionada con el acceso prioritario a ciertos cuidados esenciales, o incluso con la reorientación de recursos hacia colectivos vulnerables. Para las mujeres de ingresos altos, una combinación de recursos de salud y resiliencia ante los efectos de la pandemia pudo haber sido clave.
Aunque el estudio no profundiza en las causas detrás de esta diferencia, este fenómeno refleja cómo eventos globales como una pandemia no afectan de manera homogénea a toda la población y subraya la complejidad de los factores sociales y económicos que intervienen en la longevidad.
Una comparación con la población general revela que los pensionistas españoles con mayores ingresos no solo viven más tiempo, sino que lo hacen en mejores condiciones. Estos pensionistas acceden a mejores servicios de salud y condiciones de vida que les permiten prolongar sus últimos años de manera saludable y en mejores circunstancias.
Por el contrario, los pensionistas con ingresos más bajos presentan una situación diferente: sus condiciones de vida y salud son similares o incluso peores que las de la población general. Para estos pensionistas, la pensión no actúa como un factor protector contra los riesgos de salud, lo que amplía la brecha en términos de longevidad.
El estudio también destaca las diferencias de género en la longevidad. En todos los grupos de ingresos, la esperanza de vida de las mujeres es mayor que la de los hombres, una tendencia que ya está bien documentada. Sin embargo, la brecha de longevidad entre hombres y mujeres es más pronunciada en los pensionistas de bajos ingresos. Esto podría estar relacionado con el tipo de trabajos realizados y con el acceso a la atención preventiva, factores que afectan más a los hombres en estos niveles económicos.
En los grupos de ingresos altos, las diferencias de género en longevidad se reducen. Es posible que los hombres con mayores ingresos disfruten de mejores condiciones laborales y de salud, mitigando así algunas disparidades tradicionales de longevidad.
Pero más allá de la esperanza de vida, el estudio introduce otras métricas, como la mediana y la media de edad al fallecimiento, que ofrecen una perspectiva completa sobre las diferencias de longevidad. La mediana, que representa el punto en el que el 50% de los pensionistas ha fallecido, sugiere que los pensionistas de mayores ingresos no solo viven más tiempo, sino que también enfrentan una menor incertidumbre sobre la duración de su vida. La moda, o edad más común al fallecimiento, tiende a ubicarse en edades más avanzadas para estos pensionistas de mayores ingresos.
Para los pensionistas de ingresos bajos, la situación es distinta: tienen una vida más corta y se enfrentan a una mayor dispersión en la edad de fallecimiento. Esta variabilidad representa una dificultad adicional en términos de planificación financiera y emocional, ya que estos deben navegar su jubilación sin saber cuántos recursos necesitarán a lo largo de los años.
Aunque es importante considerar las diferencias en la definición de grupos de ingresos al comparar con otros países, los resultados del estudio revelan perspectivas interesantes. En España, las desigualdades en la esperanza de vida a los 65 años (LE65) entre mujeres son relativamente pequeñas y muestran una leve tendencia a reducirse, un patrón que difiere de otras naciones. Por ejemplo, en países como Canadá, Suecia, Estados Unidos e Italia, las desigualdades en longevidad están en aumento, mientras que en España y Alemania se observa una reducción de estas diferencias.
Un hallazgo particularmente llamativo es que las desigualdades en LE65 son mayores para los hombres que para las mujeres en todos los países analizados. En España, las disparidades de género dentro de los grupos de ingresos son marcadas: las desigualdades en LE65 entre los hombres son entre 1,63 y 2,45 veces mayores que entre las mujeres. Esta diferencia es menos pronunciada en Canadá y Estados Unidos, pero se acentúa en países como Italia y Alemania.
España se distingue por un incremento en las desigualdades de género en los grupos de ingresos más altos y más bajos, una tendencia poco común entre los países estudiados. Aunque en los niveles de ingresos más altos España mantiene tasas relativamente bajas de desigualdad en comparación con países como Suecia, Alemania e Italia, entre los pensionistas con ingresos más bajos las desigualdades en LE65 se acercan a los niveles de Alemania e Italia y superan a los de Suecia y los Países Bajos.
Los resultados de este estudio no solo exponen una relación entre ingresos y longevidad, sino que también plantean implicaciones profundas para la equidad y sostenibilidad del sistema de pensiones en España. El análisis revela una «doble carga de desigualdad»: los pensionistas de menores ingresos no solo tienen una esperanza de vida menor, sino que también asumen mayor incertidumbre sobre la duración de su vida. Este fenómeno supone que los trabajadores de ingresos bajos contribuyen al sistema de pensiones durante más tiempo en proporción a los beneficios que recibirán, generando una redistribución implícita hacia quienes tienen ingresos más altos. Este desequilibrio señala la necesidad de replantear los principios de equidad en el sistema, para garantizar que los años de contribución se reflejen más equitativamente en el periodo de jubilación.
El hecho de que los pensionistas con mayores ingresos tiendan a vivir más tiempo y, por ende, a recibir pensiones durante más años, introduce una presión añadida sobre la sostenibilidad del sistema de reparto. Mientras los de bajos ingresos suelen vivir menos tiempo y, por tanto, acceden a los beneficios de manera más limitada, la longevidad de los pensionistas con ingresos altos eleva la carga financiera del sistema. Este desequilibrio demográfico plantea desafíos sobre la sostenibilidad a largo plazo y subraya la importancia de considerar la longevidad diferenciada en las políticas de pensiones.
Incorporar tablas de mortalidad diferenciadas por nivel de ingresos podría mejorar las estimaciones de los pasivos del sistema de pensiones, alineando los cálculos actuariales con prácticas de países como Estados Unidos, Reino Unido y Canadá. Estas tablas permitirían calcular con mayor precisión el rendimiento teórico para los cotizantes (IRR) y las obligaciones actuariales, facilitando una evaluación más justa y progresiva del sistema. Esta medida contribuiría a una visión más precisa de las obligaciones del sistema y su sostenibilidad en función de las características socioeconómicas de los jubilados.
La disparidad en la esperanza de vida entre pensionistas de diferentes ingresos plantea también la necesidad de reconsiderar las políticas de jubilación. Ajustar la edad de jubilación sin tener en cuenta las diferencias socioeconómicas puede afectar desproporcionadamente a los trabajadores de menores ingresos, quienes ya afrontan una menor longevidad y una mayor variabilidad en el momento de su fallecimiento. Una política de jubilación más equitativa podría explorar ajustes personalizados, de forma que el sistema reconozca las realidades de vida de cada grupo.
Estos hallazgos refuerzan la importancia de una reforma más equitativa en el sistema de pensiones en España, que aborde las disparidades de género y nivel de ingresos para ofrecer una jubilación más justa a todos los beneficiarios. La comparación internacional pone de manifiesto que, aunque España muestra avances en la reducción de desigualdades, persisten brechas importantes, especialmente entre los más vulnerables.
Este estudio no solo subraya que los pensionistas con ingresos más altos viven más, sino que lo hacen en condiciones más previsibles y de mejor calidad. Esto plantea la necesidad de políticas de pensiones que aborden las desigualdades para que todos puedan disfrutar de una jubilación digna y prolongada. La sociedad tiene ante sí una oportunidad para reflexionar sobre el papel de las pensiones en la vida de las personas y sobre cómo estas pueden transformarse en una herramienta de igualdad y bienestar en la vejez.