A las 10 de la noche, tan solo dos horas después del cierre de los colegios electorales, el salón Platinum del Hotel Marriot de Los Ángeles está prácticamente vacío. La Election Party de Kamala Harris debía ser una fiesta y se ha convertido en un funeral.
A esa hora, en el estrado ha terminado el carrusel de discursos, que ha pasado sin pena ni gloria, y a la dj ya solo le queda elevar el volumen de la música para intentar frenar la estampida, aunque con poco éxito. En la gran fiesta de Kamala Harris en Los Ángeles ya todo el mundo ha asumido la derrota.
La del martes ha sido, ciertamente, una noche muy amarga para el Partido Demócrata pese a que en California, el estado donde nació la actual vicepresidenta y el más poblado del país, la victoria ha sido tan clara como se esperaba. Los 54 delegados en disputa han caído del lado demócrata, pero esto no ha servido de consuelo ante la aplastante victoria de Donald Trump.
“Hasta el último momento, hasta contar el último voto, manteníamos la esperanza. Pero la sociedad americana ha demostrado que tiene un preocupante complejo de inferioridad”, afirma James Williams, uno de los asistentes a la “fiesta”, consciente de que ha llegado el momento de tirar la toalla.
Lo cierto es que conforme ha ido avanzando la tarde, el globo demócrata ha ido desinflándose poco a poco pese a que las expectativas estaban muy altas. La sensación en los colegios electorales era que, como siempre, el apoyo al Partido Demócrata en la segunda ciudad del país iba a ser abrumador. El miedo estaba en lo que ocurriera en otros estados, especialmente aquellos capaces de inclinar la balanza hacia uno u otro lado.
Antes de la fiesta-funeral del hotel Marriot, el partido había convocado a algunos cientos de sus seguidores para seguir el recuento electoral en el cuartel general demócrata de Pasadena, una enorme nave de 15 metros por 50, algo destartalada, con ladrillo visto y paredes mal encaladas, y que está engalanada con todo tipo de carteles, banderas, globos y camisetas de los candidatos demócratas al Congreso, el Senado y la Casa Blanca.
En una enorme pantalla, los presentadores de la NBC van desgranando los resultados y proyecciones de los distintos estados, que son recibidos por vítores por los asistentes cuando van cayendo del lado azul.
“Las proyecciones apuntan a que en Delaware ha ganado el Partido Demócrata”, anuncia el presentador entre los vítores de uno de los asistentes y el toque de campana por parte de algunos de los votantes.
Entre los asistentes están Felicia Garija y su marido, Sixto Fernández, dos costarricenses jubilados (enfermera ella, supervisor de un parking él) que llevan 40 años en Estados Unidos, y que tienen claro qué harán si gana Trump: “Nos volvemos para Costa Rica, lo tenemos decidido. No vamos a poder soportar un gobierno republicano”.
“¡Pero estoy segura de que va a ganar Kamala! Vamos Kamala!”, grita eufórica Felicia, que pide a la candidata “una buena pensión para la jubilación”.
A Glynnis Golden Ortiz, una dentista de Nueva York que se ha mudado a California, el ánimo se le va quebrando conforme va avanzando el recuento en los estados de la costa oeste. No quiere ni pensar qué ocurrirá si Trump gana las elecciones. “Si pudiera me iría de Estados Unidos, pero no puedo porque tengo a mis nietos”, se lamenta.
Durante toda la tarde, los responsables del partido han intentado mantener alto el ánimo de la parroquia con algunos de los lemas, coreados a voz en grito, que se han convertido en lema de la campaña: “¡Cuando luchamos, ganamos! Y vamos a ganar”.
A la hora del cierre de los colegios, Nikki Parker Morgan, responsable de campaña del Partido Demócrata, prefiere ser prudente ante el curso que está tomando el escrutinio en los estados que ya han cerrado los centros de votación, pero no esconde su preocupación. “Va a ser una noche larga, pero espero que podamos ganar”, afirma.
Los datos, sin embargo, irán poco a poco quitándole la razón. A esa hora las distintas cadenas apuntan ya a que Trump está por encima de los 200 delegados y Harris apenas llega al centenar. Solo un milagro puede impedir la victoria de los republicanos, y en la sede de Pasadena comienza a cundir el desánimo.
El desastre demócrata se confirmará al filo de las 10 de la noche, cuando Donald Trump salga a proclamar su victoria. De la aspirante demócrata no hay a esa hora ni rastro, y no lo habrá en toda la noche.
En la enorme pantalla del hotel Marriot, el futuro presidente aparece ufano pero ya nadie la presta atención. Un grupo de voluntariosos seguidores de Kamala Harris prefiere lanzarse al salón casi vacío para bailar una cuidada coreografía que apenas dura un minuto. Es el último baile en la fiesta de Kamala.