Como es tradición en cada elección estadounidense, la pequeña comunidad de Dixville Notch, en Nuevo Hampshire, abrió y cerró sus urnas justo después de la medianoche del 5 de noviembre, cuando los seis habitantes registrados para votar emitieron su sufragio. El resultado fue un espejo de la complicada elección que avanza en su etapa de conteo a nivel nacional. 3 votos para Donald Trump, del Partido Republicano; 3 votos para Kamala Harris del Partido Demócrata.
Otra es la historia en Pensilvania, donde las urnas abrieron a las siete de la mañana hora local y, antes de que el sol saliera por completo, filas de personas esperando para votar en un martes laboral abarrotaban las calles de la localidad de Erie. Los ojos del mundo están puestos en este estado clave, considerado la “joya de la corona” en la elección entre Kamala Harris y Donald Trump, la más reñida de acuerdo al pronóstico de las encuestas es casi cincuenta años.
Además de Pensilvania, Harris y Trump llegaron a la jornada electoral enfocados en los otros Estados clave. De todos los que están en juego, cinco fueron ganados por Trump en 2016 antes de pasar a Biden en 2020: el "muro azul" de Pensilvania, Michigan y Wisconsin, así como Arizona y Georgia. Nevada y Carolina del Norte, que demócratas y republicanos ganaron respectivamente en las últimas dos elecciones, también fueron muy disputados.
La gran mayoría de estados abrió entre las 6:30 de la mañana y 7:30 de acuerdo con sus leyes electorales, y tuvieron los centros operando hasta las 8:00 hora de la costa este de EE.UU., justo antes de iniciar el seguido conteo de votos.
Un conteo que se sigue de cerca mientras los equipos de la demócrata y el republicano ven vigilantes los posibles litigios legales si los márgenes son muy apretados para uno u otro candidato. Esa ha sido la retórica de las últimas semanas, al menos por parte de la campaña de Trump.
Se trata de seguimiento a posibles irregularidades, problemas en el conteo que avanza o invalidación de boletas, especialmente en los siete estados clave.
"Particularmente si estás del lado perdedor, quieres hacer todo lo posible para intentar no estar del lado perdedor", explica a La Razón el profesor de American University, Emilio Viano para quien “cambiar un pequeño número de votos podría ser determinante”.
El también abogado dice que la Ley de Reforma del Conteo Electoral, aprobada por el Congreso en 2022, actualizó el procedimiento para el conteo de votos electorales en las elecciones presidenciales, elevando específicamente el estándar para las objeciones.
"Antes de 2022, solo se necesitaba un senador y un miembro de la Cámara para objetar y que el Congreso tuviera que considerar esa objeción", asegura Viano. "Ahora es una quinta parte de ambas cámaras".
La nueva ley también aclara que el papel del vicepresidente en el conteo electoral es puramente ceremonial, y que no tiene poder para aceptar o rechazar
electores. En este sentido, hay que mantener en la mira mientras avanza el conteo de votos que una fecha límite clave este año es el 11 de diciembre, cuando cada gobernador debe certificar los electores del estado, por lo que la mayoría de los problemas legales en cada estado deben resolverse antes de ese momento.
"La mayor parte de este litigio, si ocurriera, ocurriría justo después dos o tres días después de las elecciones y, con suerte, se resolvería para cuando el estado tenga que certificar su voto electoral que luego debe enviar al Congreso", dice de manera optimista el experto.
Y es precisamente en previsión de esos desafíos legales, que muchos funcionarios electorales en el país están enfatizando la transparencia y la importancia de mantener un historial de evidencia mediante un registro detallado de la cadena de custodia de las boletas.
"Para que las irregularidades en las elecciones realmente cambien el resultado, habrá un juez, habrá pruebas y habrá abogados de ambos lados debatiéndolo", afirma el académico. "Así que tenemos un sistema en marcha para manejar cualquier problema que surja", sentencia.
Pero mientras no esté claro de una manera rotunda si Donald Trump o Kamala Harris es el nuevo ocupante de la Casa Blanca, también en estas horas decisivas tras la jornada del 5 de noviembre la retórica afecta el proceso en sí mismo.
Las amenazas que suponen consejos como los del ex asesor de Trump, Stephen Bannon de que Trump declare al victoria en el conteo prematuro debió ser razón suficiente para prender las alarmas. Lo cierto es que la campaña de Harris también avisó de ese escenario, dando como ejemplo una tendencia que históricamente ha marcado la mayoría de elecciones en Estados Unidos.
Una mayoría de electores demócratas había votado por correo de manera anticipada semanas antes y, como es habitual por cuenta de la logística electoral, esos sufragios son los que -en mayor o menos medida de acuerdo a cada estado- tardan más en pintarse de un color definitivo, aunque es previsible que sean más los azules. En contraste, y como lo vimos, en el inicio de la noche electoral los votos emitidos en persona -cuando el grueso del electorado republicano acude a las urnas- dan la sensación rápida de un mapa mayormente coloreado de rojo.
Es, entonces, una dinámica tan sencilla de manipular como esta la que permite a Donald Trump desafiar retóricamente la elección. La estrategia inevitablemente trae el recuerdo de hace cuatro años, cuando el republicano lanzó un esfuerzo para anular la voluntad de los votantes que terminó en la insurrección del 6 de enero de 2021 en el Capitolio de EE UU.
En preparación a un escenario así, los funcionarios electorales habían activado alertas ante posibles fallos en el equipo y problemas de software que retrasaran aún más de lo normal el conteo, así como medidas de seguridad ante las amenazas violentas que han afectado el proceso democrático.
Preguntad una y otra vez durante la campaña, Trump se había negado a comprometerse a aceptar los resultados, y él y muchos de sus seguidores
afirman que solo un fraude generalizado por parte de votantes no ciudadanos podría explicar una posible derrota. Esta es otro de los mitos con los que se hizo campaña y que, cada estudio serio, ha demostrado ser falso.
De acuerdo con el profesor Viano, “aunque en el pasado haya habido casos aislados de ciudadanos que ponen una firma distinta a lo registrada ante el Departamento Electoral de su estado o de personas que no son ciudadanas y hayan intentado votar, las autoridades siempre han podido descalificar esos tarjetones”, explica.
El mes pasado, el Secretario de Estado de Georgia, Brad Raffensperger, un republicano, dijo que una auditoría detallada había encontrado solo a 20 no ciudadanos entre más de 8.2 millones de votantes registrados en el estado clave.
Otro punto es que según el Departamento de Justicia, en Estados Unidos las personas con un estatus irregular tienden a cometer menos delitos, particularmente cuando se trata de temas electorales porque, variando en cada estado, la ley podría indicar que puede ser sometido a la deportación.
La carrera por la Casa Blanca ha resultado menos ‘aburrida’ de lo que esperaban los periodistas hace solo cuatro meses y de esa misma manera frenética se vive el conteo final de resultados.