El primer plano de la película «Jurado nº2» es el de una mujer con los ojos vendados, el penúltimo es el de otra mujer con los ojos bien abiertos. El cineasta Clint Eastwood dedica toda una película a destapar la mirada de la Justicia para que pueda ver todo lo que la ciega en su búsqueda de la verdad. Porque si algo tiene claro Harry Callahan a sus 94 años es que la verdad será justa, o no será. Ya no se trata de resolver a las bravas la impotencia o la corrupción del sistema, sino de creer que la ética de la responsabilidad individual, uno de los grandes temas de la obra eastwoodiana, es la única que nos ayudará a vivir en paz.
En ese sentido, el protagonista de «Jurado nº2» encarna los claroscuros del antihéroe eastwoodiano con prístina claridad: se trata de un hombre que parece haberse redimido de sus pecados (el alcoholismo) cuando el azar le obliga a enfrentarse a un dilema moral (ser jurado de un caso de asesinato que, descubre, cometió por accidente) que puede echar a perder su vida entera. La película, narrada con la calma, la honestidad y la transparencia de un cineasta al que le queda todo el tiempo del mundo, contempla el proceso emocional de ese personaje en toda su complejidad, por mucho que su arco dramático, sobre todo en la parte final del juicio, se precipite en beneficio de la demostración de la tesis del filme.
Lo mejor:
Que tal vez Eastwood cierre su fértil carrera con una película que define su filosofía moral hecha desde la más modesta humildad.
Lo peor:
En el tramo final de la deliberación del jurado hay una elipsis ciertamente tramposa.