El santoral, también conocido como calendario litúrgico, es un libro religioso que contiene la lista de los santos reconocidos por la Iglesia Católica y que se celebra cada día del año. Más allá de una simple lista de nombres, el santoral representa un viaje fascinante a través de la fe, la historia y la cultura cristiana.
San Ignacio de Antioquía, también conocido como Ignacio el Teóforo ("portador de Dios"), nació alrededor del año 35 d.C. en Siria. Fue discípulo de los apóstoles San Juan y San Pedro, lo que le otorgó una conexión directa con los primeros tiempos del cristianismo. Tras la muerte del primer obispo de Antioquía, Evodio, alrededor del año 67 d.C., Ignacio fue elegido como su sucesor, convirtiéndose en el tercer obispo de la ciudad.
Durante su pontificado, San Ignacio jugó un papel clave en la consolidación de la estructura jerárquica de la Iglesia, especialmente en la promoción del papel del obispo como figura central en la comunidad cristiana. Fue un defensor apasionado de la unidad eclesiástica y de la ortodoxia frente a las herejías que comenzaban a surgir. Además, es reconocido por ser uno de los primeros en utilizar el término "Iglesia Católica" para referirse a la universalidad de la comunidad cristiana.
Aunque San Ignacio fue venerado como santo desde tiempos muy antiguos, no existe un proceso formal de canonización como los actuales, ya que vivió en una época donde los mártires y los primeros padres de la Iglesia eran reconocidos automáticamente como santos por su testimonio de fe. Su festividad se celebra el 17 de octubre.
El legado de San Ignacio de Antioquía es inmenso, especialmente por las siete cartas que escribió durante su viaje al martirio. Estas cartas, dirigidas a diversas comunidades cristianas, son una fuente importante para entender la fe y la organización de la Iglesia primitiva. En ellas, Ignacio aborda temas como la unidad de la Iglesia, el papel de los obispos, la eucaristía, y la necesidad de estar preparados para el martirio. Sus escritos influyeron profundamente en los teólogos de los siglos siguientes y siguen siendo leídos y estudiados en la actualidad.
Ignacio fue arrestado durante la persecución del emperador Trajano contra los cristianos, probablemente en el año 107 d.C. Después de ser capturado en Antioquía, fue enviado a Roma para ser ejecutado públicamente como parte del espectáculo en el Coliseo. Durante el largo viaje desde Siria hasta Roma, Ignacio escribió sus famosas cartas, dirigidas a las comunidades de Efeso, Magnesia, Trales, Roma, Filadelfia y Esmirna, además de una carta personal a San Policarpo, obispo de Esmirna.
Su muerte fue un acto de martirio, cumpliendo su deseo de imitar el sacrificio de Cristo. Fue arrojado a las fieras en el Coliseo de Roma y devorado por los leones. Antes de morir, Ignacio expresó su deseo de que los cristianos no intentaran impedir su martirio, pues lo veía como una oportunidad para ser "trigo de Dios", molido por los dientes de las bestias para convertirse en "pan puro de Cristo".
