Uno de los mayores logros del idioma español es su grandísima riqueza en los términos. Según la RAE (Real Academia Española), se estima que actualmente nuestra lengua contenga más de 93.000 palabras distintas. En todo el mundo, el español sería la segunda lengua materna más utilizada, con más de 474 millones de hablantes nativos.
El hecho de hablarse en lugares tan lejanos del globo terrestre como Filipinas, México o Guinea Ecuatorial, hace que el español tenga cientos de acentos o incluso términos distintos dependiendo del lugar donde se encuentre uno. Lo que para un español es un autobús, para un argentino puede ser un colectivo. Además, la riqueza del idioma ha provocado incluso que se desarrollen palabras propias a nivel local o regional. En el caso del transporte público, siguiendo el ejemplo anterior, un español canario se referiría a ello como guagua.
Se conoce como 'localismo' a los vocablos o locuciones que solo tienen uso en un área restringida. Hoy en día, con las nuevas tecnologías y las redes sociales hemos asistido a una capacidad de comunicación sin precedentes en la historia. Al multiplicarse las interacciones con habitantes de otras ciudades o regiones, muchas personas se han dado cuenta de que algunas palabras que utilizaban en su día a día son desconocidas fuera de su ámbito local.
Sin embargo, al compartirse, muchas de ellas llaman la atención y pasan a ser utilizadas fuera de la región, por lo que pierden en parte de localismo en área limitada y se usan en otras partes. Aun así, existen todavía cientos si no miles de palabras de las que nos sorprendemos al descubrir que compatriotas de pocos kilómetros más allá de nuestras ciudades o provincias no conocen su significado.
Aunque se intente ocultar la procedencia por algún motivo, lo cierto es que se transmite tanta información en la forma de pronunciar las palabras como en los propios términos en sí que se escogen. Entonces, la elección por un verbo o un sustantivo al hablar puede delatarnos como 'autóctonos' de una ciudad o región concreta.
Hoy traemos a la palestra la jerga de melillense, que resulta de lo más curiosa. Melilla no es una provincia ni una Comunidad Autónoma, sino una Ciudad Autónoma del Estado español. Se encuentra en la parte norte del continente africano, frente a las costas andaluzas, justamente al otro lado del Estrecho de Gibraltar. Tiene una impresionante fortaleza construida entre los siglos XVI y XVIII, conocida como 'Melilla la Vieja'.
Actualmente, cuenta con poco más de 86.000 habitantes, pero eso no le ha impedido desarrollar un pequeñas particularidades en el lenguaje. El diario 'El Faro de Melilla' recogía algunas peculiaridades lingüísticas que recogieron tras preguntar a la población del lugar y agruparlas dentro de una especie de "diccionario melillense".
Pero la aparición de 'localismos' no solo es inevitable, sino que tampoco hace el uso del lenguaje menos puro. Prácticamente todas las regiones españolas cuentan con términos y usos de los verbos propios que generan una gran riqueza lingüística. Incluso la Ciudad Autónoma de Melilla cuenta con algunos términos distintivos, y uno de ellos llama especialmente la atención por su sonoridad.
Hablamos ni más ni menos que del verbo "fosconear", que se cree que es una forma deformada de 'fisgar' o 'fisgonear'. Se utiliza para expresar la acción de curiosear, entrometerse en asuntos ajenos, espiar desde lejos conversaciones... Un pasatiempo de los más común ya que, por mucho que todo el mundo lo niegue, el ser humano tiene una atracción natural hacia lo que pasa a su alrededor, aunque no le afecte directamente.
Otras de las definiciones que da el DRAE (Diccionario de la Real Academia Española) de 'fisgar' son la pesca con figa (una clase de arpón) y husmear con el olfato. Se entiende entonces el tono de burla o chanza con el que se hace referencia a cuando alguien se anda entrometiendo o cotilleando 'donde no le llaman'. Y esta doble vuelta lingüística que le dan en Melilla y ha acabado derivando en "fosconear" es de lo más divertida.
Melilla es un lugar lo bastante grande como para que no ocurra aquello que se suele decir de los pueblos, 'donde todo el mundo se conoce', pero tampoco tan gigantesco como para el anonimato que ofrece una ciudad Madrid o Barcelona. Entonces, sí se da bastante el gusto por el cotilleo, por "andar fosconeando" de si Fulanito está con Menganita o viceversa.