Hablemos de genocidio y racismo contemporáneo en México. A comienzos del siglo XX, la propaganda nacionalista mexicana cuajó en la creencia de que era una raza acosada. En ese relato se contaba que al norte tenían a los gringos, abusones y engreídos, y también a pueblos inferiores y salvajes como los apaches. A esto se unía la presencia de la raza oriental, en la que incluían a chinos y japoneses, que eran considerados pérfidos, avariciosos y aprovechados. Este «acoso» de otras razas impedía el «natural» progreso de México hacia la cima de la modernidad. No olvidemos que el victimismo siempre va unido a la violencia racial.
Entre 1911 y 1944 los gobiernos mexicanos desataron y permitieron una campaña genocida contra los chinos que no admite perdón posible, y que se ha intentado ocultar. Todo empezó con la matanza de Torreón, entre el 13 y el 15 de mayo de 1911. Un bulo sobre la preferencia de la comunidad china por el bando de Porfirio Díaz, que ejercía la dictadura en México desde 1876, desató una matanza. La comunidad china llevaba instalada en Torreón casi cuarenta años. La inmensa mayoría había nacido allí. El resentimiento de los mexicanos hacia los chinos era grande porque los orientales creaban negocios que funcionaban, y los suyos, no. Así se demostró en la celebración del Día de la Independencia, el 16 de septiembre de 1910, a cuyo término los mexicanos atacaron los establecimientos chinos. Es preciso recordar que México estaba en guerra civil, que parte del discurso revolucionario era racista, y que en el calor del conflicto se decía que era mejor para México exterminar a los chinos. La violencia se desató cuando el ejército de Emilio Madero, contrario al Gobierno, llegó a Torreón. Los habitantes de pueblos cercanos, como Matamoros y Lerdo, acompañaron a las tropas para liquidar a los orientales. Se desató entonces un pogromo. Hombres y mujeres chinas fueron desmembrados, decapitados, arrojados por las ventanas y asesinados a machetazos. Los niños no tuvieron mejor suerte. Luego hicieron lo que todos los revolucionarios: saquearon los establecimientos chinos. En total, mataron a 303 personas.
El movimiento antichino no acabó ahí. El presidente Victoriano Huerta permitió que continuara el genocidio. El 24 de octubre de 1913 las tropas mexicanas ejecutaron a los 600 chinos que vivían en Monterrey. Luego, el gobierno alentó a que se robaran sus propiedades. El odio a los orientales no tenía freno. Comenzó a correr el rumor de que propagaban enfermedades a propósito como la sífilis y la tuberculosis para matar a los mexicanos. Los ataques callejeros consentidos por las autoridades se hicieron frecuentes, hasta el punto de que se fundaron clubes antichinos. Este racismo social y gubernamental propició que a partir de 1915 se construyeran guetos para orientales, que fueron sacados de sus casas y confinados en esos barrios para someterlos.
Era un no parar. En 1916, el Gobierno mexicano deportó a 6.000 chinos a la isla María Magdalena, a los que se unieron otros miles hasta 1925. Allí se les encerró en un campo de concentración y se les sometió a trabajo forzado. La mayoría murió de hambre. Otro tanto se hizo con la población japonesa, para la que se construyó un presidio especial ubicado en la Baja California. Con el paso de los años, el racismo estaba instalado con mucha naturalidad en México, en su sociedad y en sus políticos.
Álvaro Obregón, presidente del país salido de las urnas, miembro del socialdemócrata Partido Laborista, brazo político de la Confederación Regional Obrera Mexicana, el sindicato más poderoso de la región, publicó un decreto racista en 1923 sobre la población china y oriental. El texto decía que los chinos no podían vender comestibles en México, que esas personas con rasgos orientales no podían entrar en museos ni restaurantes como el resto de ciudadanos, ni salir de sus guetos después de las 12 de la noche. Adelantándose a las leyes de Núremberg del partido nazi, el Gobierno de México prohibía los matrimonios entre chinos y mexicanos para no «contaminar» la raza con los inferiores. Además, no podían acceder a puestos de la administración.
En ese ambiente se crearon en el norte de México grupos violentos, al estilo del Ku Klux Klan, alentados por los gobiernos de los estados de Sonora, Baja California, Chihuahua y Sinaloa. Al ser legalmente personas de segunda, o semi-humanos, el trato vejatorio y violento, asesino en ocasiones, fue algo frecuente contra la comunidad china. El presidente Lázaro Cárdenas intentó acabar con este racismo institucional desde 1934, cuando todo apuntaba a que la guerra civil china la ganaría el bando comunista de Mao Zedong. Sin embargo, ya era tarde. La población oriental había disminuido un 97 por ciento en Sonora y un 90 por ciento en Sinaloa entre 1930 y 1940, por ejemplo. La cifra total de víctimas del genocidio chino en México es hoy desconocida.