Congreso de los Diputados. Madrid. Agrio enfrentamiento entre Gobierno y oposición. En teoría a cuenta de la inmigración, de la que solo habló el presidente, pero en realidad por la modificación de una ley que modifica el cumplimiento de penas en el extranjero que afecta a los presos etarras. Bronca entre PP y PSOE y bronca en el PP por errores de alto nivel.
Parlament de Cataluña. Barcelona. Salvador Illa se somete a su primer de debate sobre política general. No empezó bien. En la fiesta castellera de Tarragona sonora pitada al presidente de la Generalitat amenizada con gritos de independencia. Carles Puigdemont se entusiasmó porque «el pueblo no aplaude a Illa». El presidente no abonó el griterío y «bajó la pelota al suelo» porque Puigdemont fue pitado en las tres elecciones que no ganó –2017, 2021 y 2024–.
Illa rompió el fuego con una propuesta concreta: 4.400 millones de euros para afrontar el problema de la escasez de vivienda y se alejó de los grandilocuentes discursos de sus antecesores. Vivienda, educación, energía, empleo, economía, salud… un discurso «aburrido» dijeron algunos, pero un discurso destinado a poner fin a una década de inanición, como ha definido Illa los últimos años presididos por Puigdemont, Torra o Aragonés.
El efecto fue inmediato. ERC y los Comunes se dejaron querer y el presidente les dio cariño en la línea de lo acordado en la investidura. Con Junts el lenguaje subió de tono pero Albert Batet se limitó a repetir el discurso habitual: Illa no tiene ambición nacional, no es un presidente, es un delegado del Gobierno y no se enfrenta a Madrid. Illa le contestó preguntándole si iba a ser oposición útil o una oposición que pusiera zancadillas. Batet calló y se limitó al combate con florete. Tampoco el PP pasó a otro nivel de oposición más allá de su discurso habitual. Alejandro Fernández criticó pero tampoco echó mano de malas artes. Un detalle, el pleno catalán no tuvo espacio en la Carrera de San Jerónimo.
La borrasca «Kirk» no entró en el Parlament como acostumbran las borrascas el día de votación de las propuestas de resolución. No hubo excesivas sorpresas y no las habrá hasta que Junts, ERC y los Comunes acaben por remendar sus rotos y de lamerse sus heridas. Tal era la situación que Illa aprovechó ayer para presentar un Pacto Nacional de Salud Mental, reunirse con la Fundación Once y con el embajador de Italia, una visita de un representante de un país extranjero infrecuente en los últimos años en el Palau.
El equipo de Illa era prudente. Sabían que alguna propuesta se perdería.Entraba dentro del guion de un Gobierno que tiene 42 diputados de 135 y con el Día de la Hispanidad en la puerta de la esquina, lo que calentó la erupción nacionalista y a la postre Illa asistirá a los actos previstos en Madrid. «Nada de dramas», era la consigna gubernamental sabiendo que el independentismo se removería en sus demonios. Más de cien resoluciones se han votado, algunas para poner en jaque no al gobierno sino a los rivales –ERC y Junts– políticos.
Al final hubo pocas sorpresas. Una: punto y final al «procés» y a la Declaración Unilateral de Independencia. El Parlament votó en contra.