La Puerta Grande de la plaza de toros de Zaragoza se abrió hoy muy generosamente, y por segunda tarde consecutiva, para dar paso a hombros al diestro francés Sebastián Castella, que desorejó al segundo de su lote en una tarde marcada por el lleno en los tendidos y por un derroche de orejas injustificado a tenor del bajo nivel de las faenas que se premiaron.
Muy lejos del espíritu clásico de este coso bicentenario, tan respetado otrora por los toreros ante la seriedad del toro que siempre se lidió y por la dura exigencia de su público, las corridas se viven actualmente en Zaragoza, sobre todo en tardes tan señaladas como ésta, como un espectáculo de festiva intrascendencia por parte de una masa que no entra en detalles a la hora de justificar el precio de la entrada con la concesión de más o menos trofeos.
Y así hay que entender lo sucedido en esta segunda de feria, en la que tanto Castella, con dos, como Manzanares y Talavante, con un apéndice por barba, vieron claramente sobrevalorados en la estadística unos trasteos que, en rigor, no merecieron más allá de unas tibias ovaciones.
El derroche comenzó ya con la oreja que se pidió, y la presidencia concedió, a Manzanares del segundo de la tarde, el toro más chico del terciado lote de Álvaro Núñez, al que el alicantino muleteó superficialmente para no exigirle demasiado, pero sin llegar a aprovechar el mejor lado izquierdo del animal y redondeándolo todo con pases desde la pala del pitón y media estocada tendida tan insospechadamente fulminante que provocó tan generosa pañolada.
Ya puestos a pedir, también se pidió, y se logró, que Alejandro Talavante paseara la oreja del tercero, este más serio pero más flojo y encogido, al que el extremeño se limitó a ligar series de apenas dos muletazos y los consiguientes adornos variados que alegraron la vista de los espectadores circunstanciales , antes de alardear de valor en un desplante desarmado injustificado y a destiempo.
Claro que todo se desbordó definitivamente a la muerte del cuarto, un toro sosito y a menos al que faltó empuje en los riñones y que siguió tambaleante unos engaños que pocas veces se movieron con el temple suficiente para equilibrarlo.
Castella, cuya faena a un primero sin entrega había sido un enganchón permanente, se alargó con este otro tras un prólogo espectacular con pases cambiados en los medios que calentaron los ya de por si propensos tendidos, para luego meterse en la distancia corta y redondear las medias embestidas casi siempre desde el refugio del costillar. Pero eso, y una contundente estocada a capón, le fue suficiente para salir a hombros hasta la calle en esta populista cita de excesos.
Pero con ese "hito" ya pareció conformarse el público de aluvión, que, ya también sin un mínimo motivo, no quiso jalear ni premiar las deslucidas faenas siguientes, con un Manzanares esforzado por momentos para someter a un quinto que nunca descolgó, y un Talavante despegado y sin el pulso necesario para ayudar al afligido y bonito cinqueño que cerró una sesión de olvido inmediato.
Domingo 6 de octubre de 2024. Segundo festejo de abono de la Feria del Pilar, con lleno total (10.000 espectadores), con calor bajo la cubierta de la plaza.
Seis toros de Álvaro Núñez, muy desiguales de presentación y cuajo, con diferencias de peso de hasta cien kilos, y de escasa ofensividad en las cabezas. Aunque todos resultaran manejables, a todos les faltó un mayor fondo de raza y fuerzas, en distinto grado.
Sebastián Castella, de corinto y oro: dos pinchazos y media estocada (silencio); estocada trasera (dos orejas tras aviso). Salió a hombros por la Puerta Grande.
José María Manzananres, de burdeos y oro: media estocada tendida (oreja); pinchazo y estocada desprendida (ovación).
Alejandro Talavante, de blanco y oro: media estocada desprendida (oreja); estocada baja delantera (silencio).
Entre las cuadrillas, Rafael Viotti, Javier Ambel y José Chacón saludaron en banderillas.