«En la mente del Santo Padre hay otros temas que hace falta profundizar y solucionar antes de apresurarnos a hablar de un eventual diaconado por algunas mujeres». El cardenal prefecto –ministro, en su equivalente político– para la Doctrina de la Fe y teólogo de cabecera del Papa Francisco, Víctor Manuel Fernández, congeló este miércoles una de las reivindicaciones femeninas latentes a lo largo de este pontificado. Y lo hizo precisamente en el Sínodo de la Sinodalidad, el foro que el Papa Francisco convocó para abordar las reformas necesarias con el fin de promover la colegialidad y la corresponsabilidad entre obispos, sacerdotes y laicos. Y en ello están desde el 2 al 27 de octubre en el aula Pablo VI del Vaticano 368 participantes, entre los que hay 53 mujeres.
La realidad es que, hoy por hoy, hay un techo de cristal para ellas, lo mismo para asumir una responsabilidad en una parroquia que en el Vaticano, a pesar de ser mayoría en la Iglesia y de las reformas emprendidas por el Papa para poder, por ejemplo, ser prefectos de un departamento vaticano o votar en el propio Sínodo. De ahí la petición constante de recuperar las figuras de las diaconisas en tiempos de los primeros apóstoles: líderes pastorales que, sin ser sacerdotes, servían a las comunidades cristianas. Hasta llegar al Sínodo de la Sinodalidad, el pontífice argentino ya había convocado varias comisiones de investigación de distinta índole que no se han traducido en decisiones concretas.
Hace justo un año, la cuestión fue una constante en las reflexiones compartidas en la primera vuelta de esta asamblea sinodal, junto a otros temas como la acogida al colectivo LGTBI, el celibato o la poligamia. De hecho, en la síntesis final aprobada por abrumadora mayoría se instaba a reactivar «la investigación teológica y pastoral sobre el acceso de las mujeres al diaconado». Además, se consideraba «urgente garantizar que las mujeres puedan participar en los procesos de toma de decisiones y asumir funciones de responsabilidad en el trabajo pastoral y el ministerio».
Francisco creó diez comisiones para estudiar algunas de estas cuestiones y alejarlas del debate. Al frente del equipo de estudio centrado en abordar las formas ministeriales específicas, como el diaconado, situó al cardenal Fernández. Tras unos meses de trabajo, y todavía sin dar por concluido el encargo, sí ofreció las suficientes pistas este miércoles. Aunque apuntó que «permanece abierta» la posibilidad de profundizar, sentenció que «la cuestión del acceso al diaconado resulta menos importante y sí resulta más importante ampliar los espacios para una decisiva presencia femenina más fuerte» que se lleve a cabo «desde la práctica pastoral». Además, apuntaló su postura al señalar que ya «conocemos la postura, la posición pública del pontífice, que no considera la cuestión madura».
Es más, expuso que existe un problema de «falsa concepción de la autoridad equivocada» y planteó que la participación ha de abordarse desde aquellas mujeres que desde hace siglos hasta hoy «han ejercido una verdadera autoridad» sin estar relacionada «con el orden sagrado», sino en «un ejercicio de fecundidad hacia el pueblo de Dios tal vez más vez más fuerte y más decisivo que las limitadas tareas de un diácono».
Fernández puso como ejemplo a figuras como Teresa de Jesús, la argentina Mama Antula, la francesa Madeleine Delbrêl o la alemana Hildegarda de Bingen. Precisamente esta santa feminista de la Edad Media podría ofrecer una alternativa al entuerto. En los entornos eclesiales el propio término «diaconado» vinculado a la mujer genera rechazo, en tanto que, al considerarse un ministerio ordenado, concedérselo a ellas, se consideraría una antesala a la ordenación sacerdotal. Habría, por tanto, que buscar otra fórmula alternativa que cerrara esa puerta, reconociendo a la vez el liderazgo femenino. Y ahí encajaría el beguinato que encarnó De Bingen. Las beguinas era mujeres con un sólido bagaje cultural y teológico, unido a una experiencia mística, que además lideraban iniciativas sociales, culturales y eclesiales.
En cualquier caso, según ha podido confirmar LA RAZÓN, los comentarios del purpurado habrían caído como un jarro de agua fría en parte de las mujeres que participan en el Sínodo. Tanto es así que algún obispo, al saludar después a algunas de las participantes del foro de reflexión, se ha topado con un: «¡Ah! ¿Pero todavía estamos en la asamblea?».
Por otro lado, las intervenciones a puerta cerrada de varios prelados tampoco han ayudado, al referirse a las mujeres que piden el sacerdocio como «un virus de ordenador que destruye todo». Como respuesta, otro participante respondió en voz alta que «hay mujeres que sienten la llamada de Dios a ser ordenadas» y puso el ejemplo de algunas misioneras laicas que cuidan de comunidades enteras. De la misma manera, se ha criticado en otro turno de palabra que «la mujer sea considerada solo como alguien que consuela y que no puede predicar o ser líder».
El clima se ha enrarecido de tal manera que este viernes, el prefecto para la Comunicación, Paolo Ruffini, admitió en rueda de prensa que se ha pedido «la participación femenina en el grupo sobre los ministerios y que el resultado de su labor pueda discutirse en un espacio sinodal para dar aportaciones».