«Soy una gaviota, no, no... Soy una actriz». Las palabras tantas veces escuchadas cobran un nuevo sentido en la versión de Chéjov que lidera Chela de Ferrari en el Centro Dramático Nacional. Belén González del Amo (quien pone cuerpo a Nina) es ciega de nacimiento. Jamás ha tenido una referencia de sí misma. «Nunca se ha visto en un espejo, ni siquiera en el espejo que representa la mirada del otro. Lo que hace con su cuerpo para encarnar a Nina es fascinante», defiende De Ferrari. Suya es una de las tres propuestas que se estrenan de 'La Gaviota' en pocos días a lo largo de la Península: Madrid, Gerona y Barcelona, o, lo que es lo mismo: CDN, Temporada Alta y Lliure. «En el Teatro La Plaza, de Lima, hay otra titulada 'Detrás ruge el lago', de Mariana de Althaus», apunta la directora y adaptadora peruana sobre un clásico que siempre vuelve. Y las que quedan.
El crítico de teatro Raúl Losánez destaca la vigencia de una de las historias cumbre de Antón Chéjov «porque escarba en el alma humana». Destaca del autor ruso su obsesión por retratar «la insatisfacción vital» y hablar de «la incapacidad del ser humano para alcanzar una felicidad plena». Traslada los traumas «a un ambiente de ociosidad absoluta, porque así nos muestra mejor, quizá mejor que nadie, cómo incluso en la serenidad y en la placidez estamos entrampados en nuestros propios fracasos y en nuestras quiméricas aspiraciones de ser lo que no somos». En el caso concreto de 'La Gaviota', «él se lo lleva al mundo del arte y de la creación. Y nos muestra a un puñado de personajes que, siendo muy diferentes −continúa Losánez−, y habiendo tenido experiencias muy distintas, son en cierto modo fracasados emocionales y vitales, más allá de lo que ellos mismos tratan de aparentar. Lo curioso es que Chéjov siempre trata a estos personajes con una mezcla muy original y poética de burla y conmiseración; son seres patéticos y entrañables a la vez porque uno intuye que es así como Chéjov se veía a sí mismo y al ser humano en general».
Es precisamente esa «ociosidad absoluta» la que Julio Manrique y Guillermo Cacace muestran en sus respectivas funciones. En el caso del último, el argentino llega a España para hacer gira con una 'Gaviota' íntima que ha situado alrededor de una mesa casi cualquiera: «Que el estreno no asesine el ensayo», defiende de una propuesta con un elenco exclusivamente femenino, aunque eso es lo de menos, «podrían haber sido actores, elefantes o girasoles. Necesitaba cinco existencias sensibles». Y continúa: «El ensayo tiene algo del orden de lo irresuelto, de la imperfección, del error permitido, de lo inacabado, de darle lugar a ese accidente que aporta al hacer una condición vital. No se trata de una estética del ensayo sino más bien de una ética del ensayo. Esta ética del ensayo, su maquinaria poética, pronuncia un gesto político en tanto busca alternativas para las cosas dadas como única posibilidad».
Por su parte, Manrique ha apostado por 'Gavina' para abrir su etapa al frente de una institución como el Lliure (estrenó el día 3) y, por supuesto, no es por casualidad, sino «porque tiene de todo» y «es una forma de plasmar el amor que siento por Chéjov». En un salón y rodeados de muebles, un grupo de señores y señoras «hablan de arte, de amor, de enfrentamiento generacional, de lo nuevo y lo viejo... «. Lejos de aburrir con el bostezo, señala, «lanza bombas de vida y deseo». Los personajes «no dejan de perseguir sueños, aunque se frustren», comenta en consonancia con las palabras del crítico.
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Sobre las tablas de la Sala Fabià Puigserver, el lago original torna en espejo: «La vida es un lugar en el que mirarse, y como debajo del agua, donde hay algo a lo que no podemos acceder, detrás del espejo existe algo terrorífico», explica Manrique.
El director del escenario barcelonés afirma rotundo que 'La Gaviota' «cambió el teatro»: «Desaparecen los héroes sobre el escenario e intenta que suban personas a las que se contempla con compasión». Como médico que también fue, el dramaturgo supo «coger distancia y ser despiadado».
A Cacace, que estará en Gerona este fin de semana, el texto le atrapó por «la fascinación de lo innombrable». Ese «abismo» es el que impulsó al argentino a un montaje que también viajará a Madrid (15 y 16 de octubre, en Canal) y al Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz (18 y 19, en La Lechera). «Salimos a morder en ese lugar que sangra en la boca y mancha a quien esté cerquita. A veces sucede más, a veces menos, no hay garantías. Componemos la mordida en complicidad con el público, queremos tramar otros modos de encuentro y no sé si esto le da un valor especial a nuestra versión, pero sí sé que allí esta lo que nuestro colectivo quiere poner en valor», completa.
Y radicalmente distinta es la función de Chela de Ferrari que estrenó en Aviñón (Francia) y que ahora presenta en la capital (del 9 de octubre al 10 de noviembre, en el Valle-Inclán), donde «las palabras de Chéjov cobran un nuevo significado», sostiene. Igual que hiciera en el 'Hamlet' interpretado con personas con síndrome de Down, en esta ocasión el reparto está compuesto por personas ciegas: «Encuentro valor, belleza, en corporalidades que se sitúan fuera de lo normativo, en características que, de acuerdo con nuestras convenciones, se definen como ‘‘raras’’. Buscamos generar formas que surjan de la interacción entre las personas con discapacidad y el texto».
Las siluetas del escenario compartirán mucho con los actores que las interpretan. La directora supo ver que los personajes son «incapaces de ver la realidad que habitan, caminan a tientas buscando un paraíso perdido», y por ello escogió a personas ciegas «capaces de encontrar humor, irreverencia y empatía» en sus compañeros de viaje. 'La Gaviota' de De Ferrari es única, pero sigue atravesada por los mismos temas que los montajes de sus compañeros: «El sentido de la vida y el teatro», resume.