Juan Ortega camina despacio y habla despacio, pero expulsa las palabras contenidas, como si llevaran mucho tiempo ahí dentro macerándose. Tal cual torea. Recién acaba su temporada, mayúscula e ilusionante y convoca en Cremades & Calvo-Sotelo, con la presencia y presentación del propio Javier, para dar vía libre a su temporada mexicana. Monterrey, Aguascalientes, Juriquilla, Morelia, Guadalajara, México y León conforman su temporada en tierras americanas con un cita clave: la confirmación en el imponente embudo de Insurgente y su capacidad para 45.000 espectadores. Nada menos. «He conocido la plaza vacía e impresiona. El maestro Dámaso González decía que cuando se confirmaba allí había que ir algún día antes para acostumbrarse a su patio de cuadrillas porque es un túnel muy largo, muy largo que cuando llegas al final estás muerto de miedo. Yo estoy deseando llegar para ir haciéndome a él. Estoy con ilusión y miedo», reconoce Ortega. «Miedo como tuve el día de mi confirmación en Madrid. Las tardes importantes dan miedo».
Y volviendo al tema de México: «Lo tengo idealizado por mi padre que no ha viajado nunca, pero él era muy de Camino y me lo contaba como si hubiera estado. Este año cuando fui a León sí recuerdo dos cosas que me chocaron mucho. Una es la pasión con la que se vive la tauromaquia, porque con una trinchera se pasa de cero a cien en un segundo. Eso no lo había sentido nunca. Y otra cosa que me ha encantado es que tengo la sensación de que no existe el tiempo», comenta el torero sevillano.
Ortega vuelve al presente para hablar de la temporada con el periodista Juan Diego Madueño, que dirige la entrevista, y dice el torero que es ahora, cuando ha acabado, el momento en el que está disfrutando ya sin la presión y con perspectiva. «Ha habido siete u ocho faenas que se quedan grabadas, pero hay tardes que he llegado al punto de llorar. Recuerdo la de Valdemorillo, que igual no ha sido la más importante, pero llegaba en un momento personal complicado y no sabía cómo me iba a encontrar. Hasta Valdemorillo no sabía si iba a ser capaz de torear y esa tarde tuve la sensación de que ya podía con todo. Recuerdo Sevilla porque tenía esa penita con Sevilla de que no se hubieran dado bien las cosas y Almería porque estaba cruzado y fue como si me rebelara con todo».
Y de la relación con el público es precisamente de lo que reflexiona: «Siento que he estado muchas veces equivocado en el toreo. Siempre decimos que uno torea para uno mismo y he tenido la oportunidad de estar en el campo solo y al acabar tienes una sensación extraña. Falta algo. Esto es como un pintor con un cuadro precioso debajo de la cama. Uno se tiene que buscar a uno mismo, pero las obras son para el mundo. Este año he visto a mucha gente en la plaza y a mucho niño». Ahora es el turno de América, casi nada.