Si preguntamos a alguien cuánto gana en su trabajo, la gran mayoría de las personas te suele responder con el salario neto mensual, es decir, lo que realmente ven en su cuenta a final de mes, sin ser conscientes de las retenciones, cuotas sociales y del número de pagas. Lo más correcto sería tener claro el salario bruto anual, incluyendo las cuotas sociales del empresario y luego conocer los ingresos netos, una vez hecha la declaración de impuestos, para saber cuánto contribuimos a las arcas públicas. Es cierto que estos datos aparecen en las nóminas o en la declaración de la renta, pero muy pocos hacen ese ejercicio.
Por otra parte, cualquier sistema fiscal es como meterse, poco a poco, en una piscina de agua muy fría. Si te sumergieran de golpe, sentirías el impacto inmediato y saldrías disparado, pero al ir bajando la temperatura de manera gradual, te acostumbras sin darte cuenta de que te estás congelando. El gobierno prefiere mantenernos en la ilusión de que los impuestos son una deducción automática a la que nos acostumbramos, donde una gran parte del dinero no pasa por nuestras manos y pensamos que no existe. Es como un truco de magia donde nunca ves cuánto te quitan para que no sientas el golpe completo permitiendo que las quejas se diluyan.
La propuesta de la CEOE de que los trabajadores reciban el importe íntegro que la empresa paga por su trabajo, incluyendo las cuotas sociales, sin retenciones, es un cambio que pone de relieve un aspecto fundamental de las relaciones laborales: el coste total del empleo. Este enfoque puede analizarse desde una perspectiva financiera, en particular mediante el concepto del ciclo de caja o periodo de maduración, que mide el tiempo que tarda una empresa en recuperar el dinero invertido en su proceso productivo lo que suele implicar tener que pedir préstamos para financiar esas actividades hasta que consigue cobrarlo de sus clientes. Se trata de la pesadilla de muchos empresarios, que además puede frenar el crecimiento del negocio y aplicado a este caso, la iniciativa alargaría el ciclo de caja de Hacienda.
Para el trabajador, las ventajas serían tomar una mayor conciencia de lo que realmente paga la empresa, fomentaría la educación y responsabilidad financiera al gestionar sus impuestos y cotizaciones y dispondría de mayor liquidez a corto plazo. Sin embargo, la complejidad administrativa le obligaría a realizar declaraciones y pagos para cumplir con sus obligaciones sin recibir sanciones por retrasos o incumplimientos, teniendo que contratar los servicios de profesionales.
Hacienda sería la que se llevase la peor parte, desde un aumento del riesgo de morosidad fiscal y las complicaciones a la hora de cobrar los impuestos, un incremento de los costes de gestión ya que tendría que invertir más en supervisión y control, mayores ineficiencias de los procesos, así como aumento de la incertidumbre en los flujos de caja de las arcas públicas. Además, al alargarse el ciclo de caja de la administración, tendría que endeudarse a corto plazo para poder pagar los gastos corrientes, aunque la deuda, como sabemos, no suele ser algo que preocupe a nuestros políticos.
Quizás, lo más preocupante para el Estado sería el riesgo de insumisión fiscal, pues si los trabajadores tomasen plena conciencia de los impuestos que pagan, no sólo habría un aumento de la economía sumergida, sino que habría fuertes manifestaciones al no percibir que todo lo que pagan es compensado con los servicios de las AA PP.
La iniciativa de la CEOE, si bien promueve la conciencia sobre el coste del empleo y la educación financiera, implica riesgos significativos tanto a nivel económico, operativo como político, porque podría generar protestas masivas y agudizaría la fiscalización de los contribuyentes hacia la administración, poniendo contra las cuerdas a muchos responsables tendrían que dar mayores explicaciones sobre el gasto público injustificado, donde las retenciones automáticas son la venda que hace que el dolor sea más llevadero. La frase “ojos que no ven, corazón que no siente” es el lema fiscal perfecto ya que los gobiernos consiguen que no veamos todo los que se nos escapa en impuestos pues, de hacerlo, el corazón de los contribuyentes podría sufrir de un infarto.
Juan Carlos Higueras es Doctor en Economía y profesor de EAE Business School