Amanece la capital libanesa con la conmoción del duro golpe sufrido por Hizbulá, el todopoderoso partido y milicia chií –uno de los mayores en su historia, que arranca a comienzos de los años 80, en plena guerra civil libanesa– en distintos puntos del país, desde su feudo al sur de Beirut, Dahiyeh, hasta el valle de la Becá pasando por el sur del territorio, también en la vecina Siria.
Horas después de la cadena de explosiones en los buscas con los que se comunican los miembros de la organización, que deja por ahora un balance de 12 muertos, entre los que figuran dos niñas, y 4.000 heridos –se estima que dos centenares se encuentran en estado grave o muy grave– el país entero se pregunta cómo la inteligencia israelí fue capaz de burlar la seguridad de la guerrilla libanesa dirigida por Hassan Nasrallah.
Dos son las hipótesis más plausibles que se plantean en medios locales e internacionales: la colocación de explosivos en los propios dispositivos proporcionados por Israel a la red de combatientes de Hizbulá y la provocación de explosiones de manera remota a través de las baterías.
«Es impresionante, como de una película. Los israelíes les han demostrado, ya lo hicieron cuando mataron a Fuad Skukr en Dahiyeh este verano, que pueden llegar a cualquier sitio», asegura Maria, trabajadora de una ONG en el centro de la ciudad. «Quienes se oponen a Hizbulá se quejan de que en tiempos de paz derramen nuestra sangre y en los de guerra, como ahora, pidan sangre», recuerda la joven a LA RAZÓN, en referencia a que las autoridades libanesas han pedido a los ciudadanos en todo el país que donen para ayudar a los hospitalizados.
