«Si Papúa Nueva Guinea se encuentra en la periferia del mundo, nosotros somos la periferia de la periferia». Con esta naturalidad me certificaba el misionero argentino Martín Prado lo más significativo de la visita que realizó hoy el Papa Francisco a Vanimo, una ciudad del archipiélago habitada por los Aitape y los Mamberano, unas de las tribus más ancestrales de este país oceánico. Esta pequeña localidad de once mil habitantes se encuentra en el extremo noroccidental de la isla a casi mil kilómetros de la capital Port Moresby. Para cubrirlos, el Papa viajó a primera hora de la tarde en un avión militar puesto a su disposición por la Fuerza Aérea de Australia. Los periodistas viajaban en otro avión que aterrizó en el sencillo aeropuerto.
Desde primeras horas del día unas 20.000 personas se habían congregado en la explanada que se abre frente a la catedral de esta diócesis que rige desde 2018 un joven obispo autóctono, Francis Meli. Sentados en la hierba se protegían del sol con pañuelos y sombrillas multicolores, y manifestaron su emoción y alegría cuando pudieron ver con sus propios ojos el Papa de Roma.
Pero, ¿por qué Francisco se decantó por este destino? Hace unos meses, un grupo de misioneros argentinos viajó hasta Roma y le insistió a su compatriota en que, de visitar el país, no podía ignorar este enclave al que Jorge Mario Bergoglio conocía perfectamente porque ya hacía llegar su apoyo y su ayuda para los programas pastorales y de desarrollo. De hecho, el Obispo de Roma viajó en su avión con ocho maletas llenas de medicamentos y productos de primera necesidad. Parte de las valijas fueron preparadas en Italia hace un mes por uno de los misioneros.
Signo de la implicación del Papa con esta particular peregrinación, y reflejo de la acogida sencilla y calurosa recibida en la explanada de la iglesia de la Santa Cruz, fue la reacción nada más comenzar el acto público. Un catequista le entregó un espectacular penacho de plumas y el Santo Padre no dudó en ponérselo durante algunos minutos en su cabeza mientras la gente aplaudía este gesto de familiaridad y cercanía.
«Ustedes aquí son expertos de belleza porque están rodeados de ella», expuso en su discurso el pontífice, que no dudó en subrayar que el paisaje que contemplaba era el «grandioso espectáculo de una naturaleza rebosante de vida que evoca la imagen del Edén». Sin embargo, por encima de la belleza del enclave, Francisco subrayó que «aún es más hermoso lo que crece en nosotros cuando nos amamos mutuamente…». «Nuestra misión es precisamente esta: difundir por doquier, mediante el amor de Dios y de nuestros hermanos, la belleza del Evangelio de Cristo», comentó a cuantos le escuchaban. Para hacerlo realidad, Bergoglio echó mano de la metáfora de la orquesta, «capaz con sus notas de acabar con las rivalidades, de vencer las divisiones –personales, familiares y tribales–, de expulsar del corazón de las personas el miedo, la superstición y la magia»».
También les instó a «terminar con los comportamientos destructivos como la violencia, la infidelidad, la explotación y el consumo de alcohol y drogas, males que aprisionan y hacen infelices a tantos hermanos y hermanas, también aquí». Esta última reflexión no es baladí. La península que visitaba es una de las mayores selvas tropicales del planeta, que está amenazada por una creciente deforestación provocada por empresa multinacionales extractoras. En paralelo, el desarrollo está llegando de forma abrupta a las poblaciones indígenas, lo que se está traduciendo en un inusitado consumo de estupefacientes, a lo que se unen otros lastres como las bolsas de pobreza y el analfabetismo. La Iglesia está comprometida en la lucha contra estas lacras.
Con esta catequesis por delante, el pontífice porteño depositó una rosa de oro ante la estatua de la Virgen y después se rezó la oración de consagración a María Tok Pisin. Revestido con una sencilla estola, bendijo a la multitud arrodillada. Después, Francisco recorrió en un coche toda la superficie y no cesaron los aplausos en ningún momento. Tras este encuentro popular, el Papa tuvo la oportunidad de mantener un encuentro privado con un grupo de misioneros en la Escuela humanística Santa Trinidad, dirigida por el Instituto del Verbo Encarnado en la vecina ciudad de Baro.
En torno a las seis volvió al avión que le trasladó de nuevo a la capital, Port Moresby. Hoy rematará su estancia en Papúa Guinea, a falta de dos destinos en su gira por Asia y Oceanía: Timor Oriental y Singapur.