Es una leyenda viva de la música. La guitarra de David Gilmour (Cambridge, 1946) –y su voz y otros muchos instrumentos– dio forma a la incomparable discografía de Pink Floyd, una de las bandas más grandes (y convulsas) de la historia, en la que ingresó como reemplazo del errático Syd Barret y en la que estuvo hasta que su relación con Roger Waters (o más bien la de Waters con todo el mundo) hizo saltar por los aires la formación. Hace casi cuarenta años del final de la gran banda de la psicodelia y Gilmour lleva desde entonces una carrera en solitario sólida y guadianesca: un disco, «About a Face» en 1984, y después «On an Island» en 2006. Desde entonces, un nuevo trabajo cada nueve años: Gilmour está a punto de de lanzar (viernes, 6 de septiembre) «Luck And Strange», un trabajo del que es coautora su mujer, Polly Samson, con el sello característico del autor de las armonías de «Dark Side of The Moon» o «Wish You Were Here».
Gilmour rehuye analizar el disco en perspectiva histórica: «No pienso en estas canciones como si estuvieran compitiendo con nada. Ahora es ahora y entonces era entonces, y estas son las canciones que pretendo hacer con mi mujer. Temas que me conmuevan, que me emocionen y que los pueda llevar a su mejor versión», dice el guitarrista en un encuentro por videollamada junto a una quincena de periodistas de Suecia, Alemania, Holanda, Japón y España. Un encuentro que tiene lugar bajo una serie de condiciones. Las preguntas de la prensa serán filtradas y seleccionadas. Cada periodista intervendrá en el turno que le cedan la palabra y solo para enunciar la pregunta que ha sido admitida. Así que nada de saber cómo se siente con su pasado musical y si tocará en directo temas de Pink Floyd, si tiene intenciones de vender su catálogo, como tantos otros grandes artistas de su generación, o qué piensa de la guerra en Gaza o Ucrania. Mucho menos, claro, de hablar de Waters, con quien parece haber roto toda relación personal. En un intercambio en redes sociales, Samson, la mujer de Gilmour, le decía: «Lamentablemente, Roger Waters, eres antisemita hasta la médula. También un apologista de Putin y un mentiroso, ladrón, hipócrita, evasor de impuestos, músico de ‘‘playback’’, misógino, enfermo de envidia, megalómano. Ya basta de tus tonterías». Todo lo que obtenemos de aquel pasado refulgente es una lacónica confesión: que Gilmour lloró, «aunque fue de placer, alegría y satisfacción», cuando terminaron «Dark Side of The Moon», que requirió un desesperante proceso técnico, mismo sentimiento, sin las lágrimas, que le provoca este nuevo lanzamiento.
El disco contiene letras que hablan del paso del tiempo, de la mortalidad, realmente. «Siempre he escrito sobre la muerte, pero en este trabajo, nacido de la pandemia, la gente muriéndose era el ruido de fondo. Y como las letras de este disco son prácticamente al completo escritas por Polly, supongo que la mortalidad que sobrevuela es la mía», señalaba irónico. En el disco está la primera versión que Gilmour ha grabado («Between Two Points»), que además está cantada por su hija Romany. «Lo hizo a regañadientes, en medio de sus obligaciones, antes de coger un tren y de terminar un trabajo de la universidad. Se puso los auriculares y la cantó una vez. Eso, al 90 por ciento, es lo que se escucha en la grabación final del disco», explicó Gilmour de un trabajo que, si algo rezuma, es libertad. «En esta etapa de mi vida no tengo deudas, puedo hacer lo que quiera. El disco se ha hecho, jugando, con total sentido de la libertad. Me lo he ganado y es algo de lo que nadie debería privarse». El disco está producido por Charlie Andrew, conocido por su trabajo con Alt-J: «Mostró un total desconocimiento sobre quién era yo y sobre Pink Floyd, y esa saludable falta de respeto hacia mí lo hizo todo muy interesante. Estaba entusiasmado y se portó como un tirano. Un tirano benévolo, eso sí. Supo mantener el momento creativo».
Gilmour no tiene previsto extender la presentación más allá de las cuatro ciudades que ya le esperan durante varias noches en cada una: Roma, Londres, Nueva York y Los Ángeles. «Hay aspectos muy poco disfrutables de estar de gira. Me agotan los viajes y los hoteles. Mi mayor alegría es ahora mismo estar en el estudio, crear, componer, imaginar... y eso es justo lo que voy a hacer cuando acabe el tour», asegura el británico. Y que el próximo álbum no tarde nueve años en llegar... «no, a ver si en dos... no sé, todo puede ocurrir».
En el disco, «Luck And Strange» ejerce una especie de magia nuclear. En ese tema participó Richard Wright, fallecido teclista de Pink Floyd: «Esa canción trata sobre la edad de oro después de la Segunda Guerra, que es cuando nací, cuando se hizo tanta música hermosa, aunque es un tiempo que ya terminó. Yo me pregunto si ese periodo que fue mi vida podemos considerarlo una norma o realmente es una excepción y el mundo es un lugar seguro, como el que conocemos ahora».