No son pocos los años que han pasado desde que el bueno de Ricardo Darín estrenase "Escenas de la vida conyugal", de Ingmar Bergman, en nuestro país. La primera vez fue allá por 2015, junto a una Erica Rivas que hace tiempo que cambió por Andrea Pietra sobre el escenario, y su éxito de público fue indudable. Desde entonces, ver a Darín en los escenarios patrios no es una tradición anual, pero casi.
Se puede decir sin fallo que se prodiga más por la gran pantalla (también por los medios de comunicación cinematográficos), pero el gusanillo del teatro es difícil de sacar. "Es peligroso; ocurre aquí bajo un techo, con todos reunidos y puede pasar cualquier cosa", asegura sobre el directo. A su lado, Pietra asiente: "Tiene un vértigo que no lo tiene nada". No pierden la ocasión en afirmar que "jamás se va a poder prescindir de los actores de teatro"; otra cosa es en el resto de parcelas, donde "la inteligencia artificial nos borra de un plumazo en cualquier momento", lamenta él, un hombre que da gracias por haber sido "un privilegiado": "Como dijo Benicio del Toro –continúa–, 'los actores tenemos que aprender a lidiar con el no'. Él no paró de recibir noes. Y hablo más por lo visto en el camino de los colegas que en mi caso. Siempre encontré gente que me tendía la mano. Hay que estar muy preparado porque no sabes cuándo alguien va a decirte ' a ver, ¿qué sabes hacer?'".
Con esa defensa teatral, Darín y Pietra vuelven a España con un montaje que es ya un habitual de las tablas contemporáneas: hasta cinco visitas en este tiempo. Aunque es indiferente el número de veces que el argentino (y cía.) pase por estas tierras convertido en Juan porque el resultado es exactamente el mismo: llenazo. Ahora tampoco se sale del guion y desembarca en España con 20.000 entradas vendidas.
Porque no siempre es necesario hacer grandes florituras para llenar un patio de butacas; basta con una cara bonita (y buena, por supuesto) y ya tienes el premio si lo que se busca es hacer caja y, de paso, entretener. Y es que el actor es una garantía para cualquier programador. De sus interpretaciones iniciales en el Canal, da el salto a la Gran Vía, al Teatro Rialto –del 4 al 29 de septiembre; y del 2 al 20 de octubre en el Coliseum, de Barcelona–.
Se sorprende Darín en su enésima visita a la capital. Dice que ve "muchos turistas en general; en Madrid y en España. Están explotadas de turismo". El actor tuerce la cara por un instante y hace un guiño a quienes "resisten", dice, alguna veces "justificados por cómo están los alquileres". Sin embargo, no tarda en lanzar un piropo a la ciudad que pisa: "Madrid siempre está en movimiento. Todavía no le tomé el pulso [en referencia a esta última visita]. Pero me encanta".
Como de costumbre, la historia es cercana para el público: un matrimonio (extrapolable a cualquier pareja sin necesidad de compromisos anulares) o, como poco, lo que queda de él. Darín, que hoy mismo presentaba la obra sobre el escenario del Rialto –"es acogedor; es la primera vez que me detengo en él, solo lo había visto como espectador"–, no titubea sobre las nupcias: "No se casen jamás. Piénselo muchas veces, y si cambian de opinión, vuelvan a pensarlo", ríe un tipo que reconoce que ha trasladado partes de la pieza de Bergman a su vida cotidiana. "Hay términos que te vienen como anillo al dedo ya sea en una discusión o en una reconciliación". Aunque no olvida que "la pareja también alimenta la obra": "Tanto Andrea como yo tenemos pareja de hace muchos años", ha comentado con la complicidad de su compañera de reparto.
Juan y Mariana son los mismo que en 2015 y que en 2013, cuando se produjo el estreno absoluto en el Teatro Maipo, de Buenos Aires, dirigido por Norma Alejandro –que ya interpretó en 1992 esta obra junto a Alfredo Alcón–. Incluso la pareja es idéntica a la que imaginó el creador sueco en 1973. Lo que no es igual, palabra de Darín, "es lo que nos rodea": "Lo que cambia es el mundo, cambia constantemente. No la obra. Esta se resignifica. Nos adaptamos a las diferentes movidas, pero la verdad es que el montaje no cambia demasiado. El contenido es el mismo".
Reconoce el intérprete que "han cambiado mucho las relaciones humanas y conyugales" en estos 50 años [díselo tú a los del Mercadona y las piñas], "pero algunas cosas son siempre las mismas, como la dificultad de conectar, la intolerancia, el no estar dispuesto a aceptar lo que piense el otro...". Son temas que la pieza aborda al margen de las relaciones personales.
Bergman, hombre de grandes dramas, impacta en esta obra con el cambio de registro hacia el humor en lo que primero fue una serie y posteriormente una película; hasta que, invitado por su mujer, decidió llevarlo a las tablas. La pareja relata al público siete escenas que tienen que ver con su matrimonio y la relación que mantienen después de su divorcio. En un ámbito atemporal y sin referencias concretas a ninguna época, se entregan a un juego en el que alternativamente son actores y personajes, traspasando la cuarta pared y haciendo cómplices a los espectadores, que inevitablemente se ven reflejados en muchas de las situaciones que esos dos seres se plantean y que pueden resultar divertidas, dramáticas y hasta violentas.