La tradición de celebrar el santoral se remonta a los
inicios del cristianismo. El santoral católico es un registro que recoge los
nombres de los santos y las fechas en que se les conmemora. En aquella época,
comenzó la veneración de mártires y otras figuras ejemplares, reconocidas por
su vida virtuosa y su fe inquebrantable.
Estas celebraciones no son simples recordatorios;
representan momentos de reflexión profunda y conexión espiritual con los
valores que estas personas encarnaron. El calendario litúrgico, fundamental en
la tradición católica, rinde homenaje a santos y beatos en días específicos del
año, convirtiéndose en una herramienta valiosa para explorar la historia de la
Iglesia y del cristianismo.
El santoral sirve como fuente de inspiración, nutrida por
las vidas ejemplares de los santos, y como guía espiritual que ofrece fortaleza
y orientación a través de las experiencias de estas figuras históricas. Además,
cumple la importante función de mantener viva la memoria de personajes clave
para la fe católica, creando así un puente entre el pasado, el presente y el
futuro de la Iglesia.
Cada jornada está asociada a uno o varios santos y beatos, cuya memoria se honra en las misas y oraciones de los fieles. Estas conmemoraciones no solo enriquecen la vida espiritual de los creyentes, sino que también proporcionan un sentido de continuidad y comunidad en la fe.
Este domingo 1 de septiembre, la Iglesia Católica conmemora a varios santos y santas que han dejado huella en la historia de la cristiandad: Santa Abigail, San Egidio (Gil), San Vicente de Dax, San Lupo de Sens, San Victorio de Le Mans, San Arturo de Irlanda, San Constancio de Aquino, San Leto Cartaginense, San Sixto de Reims, San Terenciano de Todi, Beata Juliana de Collalto, Beato Alfonso Sebastiá Viñals, Beato Cristino Roca Huguet y compañeros, y Beata Juana Soderini.
Además, este 1 de septiembre, la Iglesia Católica también
celebra la onomástica de Josué, quien fue sucesor de Moisés como líder de
los israelitas y uno de los 12 espías de Canaán. Desde el periódico La Razón
destacamos a San Egidio,
Las informaciones sobre los primeros años de San Egidio —también llamado Gil— son escasas y hay muchos datos que no se saben a ciencia cierta. Lo que sí se sabe es que nació en Atenas en algún momento de comienzos del siglo VII. Procedía de una familia noble y adinerada. Sin embargo, cuando todavía era muy joven, la muerte de sus padres le pilló por sorpresa. Después de este dramático episodio, el santo decidió dedicarse por entero a ganarse la santidad y distribuyó sus propiedades entre los pobres.
En un primer momento, emprendió una peregrinación a Roma, y
después emigró a la ciudad de Arles, en el sur de Francia. Allí buscaba conocer
a San Cesáreo de Arles, quien había ganado gran fama en su tiempo por su
santidad. Sus fuentes biográficas no especifican si finalmente pudo conocerlo.
A Egidio no le atraían las cosas mundanas, así que levantó una choza en un bosque en la desembocadura del Ródano, que hoy se llama bosque de San Gil, y allí pasó un tiempo como ermitaño, dedicado a la ascesis y la oración. Más tarde se retiró a un bosque cerca de Nimes, donde continuaría su vida de privaciones y soledad. San Egidio construyó una nueva choza en su nuevo hogar, pero esta no fue suficiente para el invierno que le esperaba. Fue tan frío y pasó tanta hambre que el santo estuvo a punto de fallecer.
Según cuenta la leyenda, una cierva —viéndolo en tan mal
estado— lo alimentó de sus ubres y le dio calor hasta que pudo sobreponerse a
la situación. San Egidio estaba tan agradecido con ella que llegó a arriesgar
su vida para protegerla de una partida de caza real. Algunas narraciones
cuentan que el grupo estaba liderado por el rey visigodo Wamba; otras sostienen
que en realidad se trataba del rey franco Childeberto.
Al parecer, una flecha del mismísimo rey alcanzó a San
Egidio, quien se había puesto en medio de la trayectoria para salvar a la
cierva. El rey, arrepentido porque su flecha hubiese herido a un hombre santo,
decidió construir un monasterio benedictino en su honor; al que después se
unirían otros muchos discípulos inspirados por su vida de intensa oración.
El monasterio, situado en la ciudad de Saint-Gilles, fue un importante centro de peregrinaciones durante la Edad Media y una etapa en el Camino de Santiago, hasta el siglo XIII, cuando quedó convertido en ruinas durante la cruzada contra los albigenses, un movimiento religioso considerado herético por la Iglesia Católica.
A pesar de que el monasterio y la tumba quedaron destruidos,
eso no impidió que la influencia de San Egidio se extendiese más allá de
Francia. Tanto es así que existen cientos de parroquias y centros religiosos
alrededor del mundo que fueron nombrados en su honor. Llegó incluso a ser
nombrado santo patrono de la ciudad de Edimburgo, capital de Escocia, pese a
que él nunca llegó a pisar la ciudad.