La adaptación de la novela de Alejandro Dumas, dirigida por Alexandre de La Patellière y Matthieu Delaporte, ya ha atraído a más de siete millones de espectadores, pero, además, ha disparado las visitas al Castillo de If. Esta fortaleza, situada en una pequeña isla del archipiélago de Frioul, en la bahía de Marsella, fue donde Edmond Dantès pasó injustamente catorce años de su vida.
"El conde de Montecristo" apareció en 1844 en el Journal des Débats como novela por entregas. Edmond Dantès, un joven y prometedor marinero de Marsella, es traicionado por amigos que están celosos de su éxito. Encerrado en el castillo de If por el bonapartismo en 1814, en conoció en él al padre Faria, un erudito sacerdote que le instruyó con todos sus conocimientos y le entregó un mapa del tesoro.
Edmond escapa, encuentra el tesoro y, rico en millones, se convierte en el fascinante Conde de Montecristo y, uno tras otro y sin piedad, se vengará de los hombres que le arrebataron todo. Esta fascinante historia, llevada de nuevo al cine, ha atraído a centenares de curiosos hacia el Castillo de If, construido bajo Francisco I en 1529. En él pueden contemplar las famosas celdas de esta prisión gigante donde Dantès y Faria intercambiaron sus secretos.
Lo más paradójico de la historia es que la película que protagoniza Pierre Niney no se rodó en el famoso Castillo de If y que el destino vengador del personaje mítico de Dumas, puramente ficticio, contribuyó más a la notoriedad de esta fortaleza del puerto. de Marsella que la suerte de prisioneros reales y famosos, como el Conde de Mirabeau y Louis-Auguste Blanqui, que realmente languidecieron en sus mazmorras. Durante años, unos 100.000 visitantes han venido a ver estas prisiones con sus siniestras murallas.
Independientemente de las localizaciones de la película, la prisión de Marsella es el símbolo de un encierro injusto y terrible que trae a la memoria algunas de las frases de la novela de Dumas: "Dantès se levantó, miró con naturalidad hacia el punto hacia donde parecía dirigirse la barca, y a cien toesas delante de él vio levantarse la roca negra y escarpada sobre la que se alza como superfetación de pedernal el oscuro castillo de If".
El emplazamiento insular y la arquitectura del castillo dificultaban cualquier intento de fuga y la supervivencia, dado el gran número de presos y la falta de higiene, era casi un milagro. No obstante, a cambio de un doblón al día podían disfrutar de condiciones especiales. Fue el caso de Mirabeau, que aprovechó para redactar durante su encierro su ensayo sobre el despotismo. El Castillo de If sigue ahí, con su imponente silueta incitando al visitante a escuchar los relatos que salen desde sus siniestras mazmorras.