EEstá claro el valor testimonial de ciertas cosas. Cuando se coloca una placa de homenaje a alguien no se trata de una simple chapa con unas letras y el nombre de un desconocido.
Es un reconocimiento merecido a alguien que destaca por lo que hizo o por lo que le hicieron injustamente. Es el saludo cordial y permanente de la ciudadanía a una persona especial. En el caso del terrorismo, a una víctima mortal, es decir a alguien que fue asesinado en ese preciso lugar por representar los valores de un país democrático por quienes eligieron la estrategia de eliminar a los opositores de sus concretas ideas: las nacionalistas.
Esa placa con nombre y apellidos colocada en el suelo común tiene un significado tan profundo que despreciarla atacándola con grafitis o con la vulgar basura delata un profundo odio que solo las peores ideologías pueden alentar.
Rebobinemos. Si se tuvo la inhumana actitud de amparar y celebrar un asesinato tras otro ¿no es un acto militante menor vandalizar la placa o la lápida de alguna de sus víctimas?
Los hay que no descansan bien en esta tierra si no ejecutan acciones de ultraje que nos recuerden su despreciable mensaje: «Seguimos aquí y no hemos cambiado».
Las fiestas patronales de Bilbao son uno de los momentos estelares del año para la secta ultranacionalista. Su gran exposición universal: grandes fotos con rostros de asesinos, símbolos de todo lo antisistema que uno pueda imaginar, la música, continuas consignas, discursos, homenajes a etarras vivos, muertos o excarcelados, manifestaciones a favor de cualquier grupo terrorista del mundo y… todo en línea con lo proetarra mientras la gente pasa, mira y escucha. Como mucho, algunos calificarán todo esto de intolerable e inadmisible.
Pero en realidad se tolera y se admite desde las primeras fiestas de 1978, cuando el alcalde nacionalista de entonces asumió otorgar el control absoluto de su organización al abertzalismo.
A todos los que le han seguido no les ha debido parecer mal mantenerlo, así que es ya una cosa normal y como es normal tampoco es noticia.
La gran novedad de esta edición ha sido que después de 46 años el Partido Popular tiene una «txosna» en el recinto festivo.
Un «tuitero» no vasco escribía esta semana: «El pueblo vasco es extraordinario. Esto son las fiestas en Bilbao: manifestándose en solidaridad con el pueblo de Palestina».
El ayuntamiento, eso sí, avisa de tener cuidado con los robos, las feministas advierten que no tolerarán ataques machistas, la asociación de «okupas» incita a la ocupación con enormes carteles y la pregonera de este año hizo de carrerilla su discurso íntegramente en euskera, aunque los estudios del Gobierno Vasco indican que solo un 3,5 por ciento de los bilbaínos son capaces de expresarse coloquialmente en esa lengua, para terminar recordando (muy emocionada) a «los que están lejos» que, como todos sabemos, no son los bilbaínos que estos días veranean en Marbella.
Es el verano el momento de la sublimación de la memoria etarra. Para que no olvidemos nunca que, no solo no estuvo mal lo que hicieron, sino que deberíamos agradecerles la voluntariosa limpieza de fascistas que hicieron no solo en Euskadi y Navarra.
Ya deberíamos arrinconar expresiones del tipo «es indignante», «no vamos a tolerar», que son claramente «wishful thinking». No es cuestión de pedirles continuamente que condenen esto o lo otro, que renuncien a su pasado o a sus provocaciones presentes.
¿Es que todavía no hemos constatado que no tienen ninguna intención de cambiar lo que casi se les ruega que cambien?
¿Rogarles? ¿No deberíamos ser nosotros quienes cambiemos dejando de ser simples espectadores dóciles y temerosos con todo ese entramado?
Vivimos entre una mayoría de ciudadanos a la que esto, como otras cuestiones que evidentemente ponen en riesgo la decencia de nuestra comunidad, le da lo mismo, en la creencia de que la comodidad es premiada, que las cosas se solucionan con la magia del paso del tiempo o por alguna casualidad favorable.
Así que resulta enternecedor leer eso de que ETA y los suyos «no han ganado». «Ni ellos ni sus propósitos». Porque ya no mata.
La opción es hacer como que no los vemos. En el epicentro de las fiestas patronales, en cada pueblo de esta tierra vasca, nos lo recuerdan.
Debo ser de pensamientos audaces o transgresivos, pero creo que la única herramienta para combatir este tipo de situaciones de insulto público y descarado, tan lamentablemente contagiadas al resto de España, sería la aplicación de la ley, porque hay una ley de Reconocimiento, Homenaje, Memoria y Dignidad a las Víctimas del Terrorismo diseñada precisamente para prohibir todo esto, pero hacerla cumplir hoy es, al parecer, propio de fascistas.
Me gusta esto del senador americano Barry Goldwater: «A la hora de defender la libertad, el extremismo no es un vicio y la moderación no es ninguna virtud».