En tierra de arenas negras, lava roja y enormes cráteres en silencio, el presidente de la Comunidad Autónoma de Canarias, Fernando Clavijo, afronta su volcán más conflictivo: una crisis migratoria sin precedentes que asfixia a las islas y se encuentra ahora en una situación insostenible. A día de hoy, según los últimos datos facilitados por el ministerio del Interior, cuyo descontrol del asunto es denunciado por el PP y muchas ONGS, la cifra de inmigrantes irregulares llegados al archipiélago se eleva a 32.000, lo que podría aumentar con la nueva avalancha de cayucos que se avecina. Mientras el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha disfrutado de sus lujosas vacaciones en el Palacio de La Mareta en Lanzarote, el Archipiélago canario sufre una sangría migratoria al límite. Tras las patéticas súplicas de Clavijo, líder de Coalición Canaria, un partido seudonacionalista y bastante veleta, que ha votado en numerosas ocasiones en el Congreso con el PSOE a pesar de mantener ahora el poder gracias al apoyo del PP, el gran jefe Sánchez accedió a bajar de su trono y verse con el presidente canario en la Isla de La Palma. Reunión de una hora, fotografía sin declaraciones de Sánchez y lanzar la pelota al PP para culparle de todo. Menuda maquinaria de propaganda.
Una muestra más de la potente estrategia de imagen de La Moncloa, en una isla que aún siente los coletazos de la tragedia de sus volcanes y muchos de sus habitantes sobreviven en barracones, pero que Pedro Sánchez utiliza para su particular marketing como gran salvador en un acto de arrogancia hacia Fernando Clavijo. Mientras el presidente del Gobierno agasajó al nuevo inquilino de La Generalitat, Salvador Illa, en sus feudos de Lanzarote, el dirigente canario queda como un dirigente de segunda fila, un invitado menor a expensas de la agenda que decida Sánchez, aupado en las fotografías palmeñas como un Moisés llegado de la tierra prometida, viajero hacia Mauritania y el norte de África dónde la propaganda oficial le ubicará como el líder europeo más comprometido con la lucha de la inmigración. El papelón de Clavijo ha sido penoso, suplicante a los pies del gran jefe Sánchez y sin atreverse a respaldar claramente la atinada propuesta del PP registrada en el Congreso para incrementar el control de fronteras y los agentes de las Fuerzas de Seguridad. Una muestra de cobardía cuando gobierna Canarias con el apoyo del partido de Núñez Feijóo. Desde La Moncloa y Ferraz, por supuesto, se acusa a los populares de boicotear la reforma de la Ley de Extranjería. Si no tragan, ya se sabe, partido xenófobo y nada humanitario. Fernando Clavijo Batlle es un político entre dos aguas, secretario general de Coalición Canaria, un partido a conveniencia de pactar con el PSOE o el PP según las circunstancias. Nacido en San Cristóbal de la Laguna, hijo de Fernando Clavijo Redondo, un activista del independentismo canario liderado entonces por Antonio Cubillo y más tarde funcionario de Protección Civil, estudió Económicas y Empresariales en la Universidad lagunera. En sus inicios políticos se afilió a ATI (hoy Coalición Canaria), y desempeñó varios cargos municipales hasta ser alcalde de La Laguna. En una lucha contra el histórico dirigente de CC, Paulino Rivero, logró ser candidato en las elecciones de 2015 y la presidencia de Canarias con el apoyo del PSOE. Lo cual no le impidió concurrir de nuevo a las elecciones en 2023 y sustituir al socialista Ángel Víctor Torres, ahora ministro de Política Territorial en el gobierno de Sánchez, con el respaldo del PP. Una cabriola de ida y vuelta para mantener el poder, lo que tampoco le privó de defenestrar en el Congreso a quien fuera su mejor portavoz, Ana Oramas, y designar a la diputada tinerfeña, Cristina Valido.
Quienes bien le conocen le definen como un político de «andar por casa», sin carisma magnético, pero con fuerte capacidad de trabajo y pasión por los libros que le inculcó su madre, una bibliotecaria de La Laguna por la que siente devoción filial. Se casó con su novia de toda la vida, una abogada de la comarca con quien tiene dos hijas, y se siente «lagunero» por los cuatro costados, dónde todavía reside. Aficionado al kárate logró ser cinturón negro, algo que le vino bien para ascender en política. La entonces alcaldesa de la Laguna, Ana Oramas, le eligió como sucesor para ella dedicarse en cuerpo y alma al Congreso de los Diputados como portavoz de CC. Desde entonces diseñó una estrategia para cargarse a los dos líderes históricos, Paulino Rivero y Manuel Hermoso, el primer presidente de la Autonomía insular, y hacerse con todo el control del partido. Sus allegados niegan conspiración alguna, pero lo cierto es que Fernando Clavijo es la única cara visible de la dirección y ha logrado mantener el gobierno dos veces con socialistas y populares.
Desbordado, ha caído en las redes Pedro Sánchez, un maestro del engaño y el relato, de quien dice que comprende bien el polvorín migratorio. Clavijo se define socioliberal, reclama libertad económica con un tinte de justicia social, menos burocracia, apoyo empresarial, educación pública y un sistema sanitario sostenible. El decálogo de intenciones de un ambiguo liberalismo social. De momento, la crisis del archipiélago se recrudece bajo la caótica política de un Gobierno que lanza sus dardos contra el PP. El único partido que ha presentado una propuesta sensata y humanitaria. Está por ver si Coalición Canaria la apoya en el Congreso o, una vez más, sucumbe a los encantos de Sánchez.