Para ganar una gran vuelta la cabeza tiene que ir al mismo ritmo que las piernas. Hay ciclistas que se han convertido en figuras después de aguantar un liderato conseguido gracias a una escapada. Y otros que se derrumban por el peso de la responsabilidad. Los favoritos todavía tienen que probar qué tipo de corredor es Ben O’Connor, pero el australiano empieza a dar síntomas de debilidad.
Hay gente que dio por terminada la Vuelta después de que O’Connor se vistiera de líder en Yunquera. Tenía casi cinco minutos de ventaja, había sido top diez en las tres grandes y en el Giro y en el Tour había rozado el podio. Pero en la primera prueba verdadera, el líder de la Vuelta dio muestras de debilidad.
La etapa llevaba camino de entregarse a una escapada de la que quedaban como últimos supervivientes Lazkano, Harold Tejada y el italiano Vergallito, pero la subida a la Sierra de Cazorla ofrecía una oportunidad para recortar mucho tiempo en pocos kilómetros al líder, al que ya le había costado seguir el ritmo en las primeras rampas con un desnivel superior al 17 por ciento.
Era un aviso para un depredador como Roglic, un ciclista acostumbrado a oler la sangre y que en la Vuelta se siente como en casa. Al final esperaba una cuesta con un porcentaje del trece por ciento. Y el esloveno vio la oportunidad de pegar un mordisco importante a la ventaja de O’Connor en la general.
Roglic siempre lleva una sombra pegada a la espalda, la de Enric Mas. Siempre a su rueda, capaz de aguantarlo todo aunque le falte un poco más de fuerza para distanciar al esloveno. A Roglic no le importa cargar con él mientras pedalada a pedalada va difuminando el nombre de O’Connor de la clasificación general. El viernes fueron seis segundos de bonificación los que restó en el alto del Catorce por ciento camino de Córdoba. 46 segundos fueron en Cazorla, los que suma otros diez de bonificación. Poco más de un minuto en dos días. Y el golpe moral para el líder de verse siempre detrás, de mirar cómo avanza el dorsal 61 del esloveno por las cuestas impulsado por las tres Vueltas que ha ganado ya.
La historia empuja a Roglic, aunque Mas se resiste. El líder de Movistar ha limpiado su cabeza y ha descansado el cuerpo después del Tour y vuelve a sentirse ese ciclista capaz de pelear por el triunfo en la general de las grandes vueltas que se mostró al mundo en 2018 con su segundo puesto en la Vuelta.
Mas es el ciclista que estaba destinado a liderar una generación, el heredero designado por Contador, aunque aún no ha podido confirmarlo. No pierde la esperanza y en los últimos tramos de la subida a la sierra de Cazorla se atrevió a atacar a Roglic, a jugar con las piernas y con la cabeza para intentar cerrar los huecos por el interior de las curvas al esloveno. Hasta que la carretera se abrió y Roglic le pasó.
Landa es la promesa incumplida, el talento salvaje e imprevisible capaz de dar buenos ratos a la afición. Pero ahora con 34 años y la temporada salvada con su quinto puesto del Tour mientras trabajaba para Evenepoel se agarra a la carretera para acercarse a un podio que nunca ha pisado. Un compañero para Roglic y Mas.