Con el subidón de los cuatro días de Convención Demócrata en Chicago, la verdadera prueba de fuego para Kamala Harris llega ahora. La vicepresidenta ha conseguido devolver la esperanza a su partido, pero todavía tiene que convencer a los estadounidenses de que está preparada para convertirse en la primera mujer que llega a la presidencia de EE UU. Si bien es cierto que esta semana el público ha podido conocerla mejor, no es suficiente. La segunda de Joe Biden sigue siendo un misterio para una gran parte de la población norteamericana. Sus potenciales votantes todavía no la han visto debatir y tampoco ha concedido ninguna entrevista personal (algo que los republicanos critican mucho), en el poco tiempo que lleva ejerciendo de candidata presidencial.
En el aire quedan muchas cuestiones sin detallar acerca de cómo afrontará los mayores desafíos del país, entre ellos la inmigración, el crimen, las políticas en educación o el cambio climático. Por no hablar de la impaciencia que se respira por conocer las respuestas a preguntas más delicadas acerca de sus cambios políticos en los últimos años, y hasta qué punto mantendrá el legado de Biden. Con este panorama, ahora todas las miradas están puestas en el 10 de septiembre, cuando se celebrará el segundo debate presidencial (el primero para Harris) televisado por la cadena ABC News y se enfrentará a su rival, Donald Trump. El 1 de octubre, serán sus compañeros de fórmula, el republicano JD Vance y su rival Tim Walz.
Ya lo dijo Michelle Obama en su discurso del martes, «no importa lo que bien que nos sintamos esta noche, mañana o al día siguiente, esta será una batalla cuesta arriba». Por eso, la candidata demócrata puso ayer rumbo a Washington, para comenzar a prepararse. Su partido la define como la «presidenta de la alegría» que traerá una nueva era EE UU, que «superará la amargura, el cinismo y las batallas divisorias del pasado», dijo en su discurso de aceptación de la nominación presidencial. La gran incógnita es si estos ingredientes serán suficientes para vencer a su contrincante republicano y convencer al electorado.
Kamala no lo tiene fácil. En poco tiempo ha pasado de ser una vicepresidenta con bajos índices de aprobación y poca visibilidad, a convertirse en la elegida para mantener a los demócratas en la Casa Blanca al menos cuatro años más. Es la segunda mujer en presentarse a una candidatura presidencial en su país (la primera fue la exsecretaria de Estado Hillary Clinton). Además, es negra, hija de inmigrantes (madre india y padre jamaicano), y se enfrenta a Trump, un tiburón de la puesta en escena, sin límites de decoro. Tampoco le ayuda haber operado durante cuatro años a la sombra de Biden, con ideas que quizás no sean exactamente las suyas (lo descubriremos cuando empiece a trazar los detalles de su agenda). La situación en Oriente Medio también podría ser una piedra en el zapato para Harris. Activistas propalestinos se mostraron ayer decepcionados porque esperaban que, en su discurso, la candidata se apartara del férreo apoyo a Israel que ha mantenido su antecesor.
Tampoco será un camino de rosas para el exmandatario estadounidense, a pesar de que esté convencido de que la «luna de miel de Harris», como ha descrito esta fase de la campaña su equipo, «está a punto de acabar». Trump se ha mostrado nervioso desde que Biden renunció a la reelección. Prueba de ello es el aumento de ataques personales contra su actual rival. No ha se ha dejado casi ningún aspecto de la demócrata sin insultar. Ha hecho referencia a su identidad racial, a su manera de reírse, a su aspecto físico (la pataleta le llevó incluso a decir que él «es mucho más guapo que ella»), y a su historia personal y profesional. «Este país no está listo para tener a una marxista como presidenta», dijo el republicano el jueves. «Yo la llamo camarada Kamala porque es una radical».
Las encuestas electorales muestran unos resultados tremendamente ajustados. Por eso, en noviembre cada voto es importante. De momento, Harris lidera en dos grupos de electores cruciales, los latinos y los negros. Este último ha supuesto un impulso importante para los demócratas en Estados clave como Nevada, Arizona, Georgia o Carolina del Norte. Además, la vicepresidenta también ha conseguido subir posiciones entre los jóvenes, que se habían alejado del partido con Biden al frente. Lo más importante es convencer a los Estados indecisos, que al final son los que establecen quien gana o pierde las elecciones. Quedan solo 72 días para el gran día, y algunos de estos territorios clave están a punto de arrancar las votaciones anticipadas, como Pensilvania (según las encuestas Trump lleva aquí la delantera) que permitirá votar por correo a partir del 16 de septiembre, o Carolina del Norte (con las encuestas a favor de Harris) o Minnesota (de donde el candidato vicepresidencial demócrata, Tim Walz, es gobernador), que abrirán la veda a finales del próximo mes.
Hasta entonces, todos los ojos están puestos en el debate que podría cambiar completamente el rumbo de la carrera presidencial. No olvidemos que el primero obligó a Biden a retirarse de la carrera presidencial tras una desastrosa actuación. Para bien o para mal, el público conoce a Trump, de dónde viene y a dónde va, pero lo de Harris es una cita a ciegas, y la alegría de estos días no va directamente ligada a los votos. A nivel nacional, Harris va por delante en las encuestas con un 1,5% de ventaja, según «The New York Times» y la empresa de datos electorales RealClearPolitics. Un buen punto de partida, pero no decisivo, para siete semanas intensas de eventos, discursos y debates que ambos tienen por delante.