No es muy habitual que un equipo se tenga que tomar la primera jornada de Liga como una especie de final bajo el escrutinio de medio planeta fútbol. Pero aquí estamos. El Barça de Hansi Flick, tras el sonoro tropiezo del Gamper ante el Mónaco, iba a un campo como Mestalla con la necesidad de, al menos, mostrar una versión más consistente.
Acabado el partido, habrá quien piense que el juego de los blaugrana ha mejorado algo en estos días. Habrá quien no. Pero el único hecho inamovible es que los tres puntos se van a la ciudad condal. Y eso fue, en buena parte, gracias a Robert Lewandowski. Un jugador que en tres días cumplirá 36 años pero en Mestalla demostró que tiene cuerda suficiente para mantener vivo al Barça. Al menos, mientras le duren el físico y la gasolina. Los dos goles son casi lo de menos. Lo principal es la toma de decisiones cada vez que el balón pasaba por sus botas.
Bueno, y el momento en que apareció. En la última jugada antes del descanso, minuto 50 de la primera mitad, anticipándose a Mosquera y Yarek, para empujar a la red un pase horizontal de Lamine Yamal desde la derecha, apenas medio minuto después de que Cubarsí salvase el 2-0 en contra. Lo justo para que un equipo que había sido desarbolado a ratos por la segunda línea valencianista se fuese vivo a los vestuarios.
Pero es que en el arranque de la segunda parte, el segundo balón que tocó fue para convertir un penalti de dimensiones catedralicias por parte de Mosquera a Raphinha. Le adivinó la intención Mamardashvili, pero Lewandowski la puso casi en la junta de la escuadra, donde nadie llega. Pudo incluso hacer el tercero a la media vuelta, pero esta vez Mosquera sí estuvo en el sitio para enviar a córner. Al final, dos goles para poner la primera victoria de la “era Flick”. La temporada pasada tardó cuatro jornadas en alcanzar esa cifra. De momento, ha empezado acertado de cada a puerta, y ya se sabe que los delanteros viven de dinámicas.
Y menos mal que estaba él, por cierto, porque el Barça se presentó en el coliseo levantino con tres menores de edad en el once titular. Cierto, dos de ellos eran Cubarsí y Lamine Yamal. El otro, un Marc Bernal que cumplía sus primeros minutos en el primer equipo azulgrana. Faltaban, de los que están en la disciplina de entrenamiento, Dani Olmo y Gündogan. En teoría, por problemas físicos. En teoría. Porque desde Barcelona se apuntaba que tal vez el alemán ya no se vista más con la azulgrana.
Pues con estos mimbres tocaba hacer el cesto. Flick alineó un trivote inédito de Bernal, Marc Casadó -otro “casi” debutante- y Raphinha, atrasado respecto a su posición natural de extremo, mientras que arriba formaban Lamine y Ferran Torres en las bandas, con el polaco en el centro del ataque.
Pero, en honor a la verdad, hay que decir que el fútbol lo puso el Valencia. Al menos, en la primera mitad. Y la victoria no debe dejar en la sombra las carencias que mostró el equipo catalán. Sobre todo en el centro del campo. Pese a la voluntad que le pusieron Bernal y Casadó, hubo fases en las que Almeida, Javi Guerra y Diego López se adueñaron del partido, con metros y metros libres para ellos en el centro del campo.
De hecho, se salvó dos veces el Barça de Hugo Duro. Una mandando alto un envío de córner y, la otra, con una mano tremenda de Ter Stegen. Pero todos los días no es fiesta, y Duro ganó la espalda a los centrales en un centro de Diego López desde la izquierda. Estaba anulado por fuera de juego, pero lo cierto es que Iñigo Martínez estaba enganchado, así que la máquina corrigió al hombre y el gol subió al filo del 45. La montaña rusa del añadido acabó con Cubarsí arreglando en la línea un tiro de Hugo tras un mal saque en corto de Ter Stegen y el empate de Lewandowski.
Tras el gol de penalti, y ya con Pedri y Christensen en el campo -estuvo rápido Flick sacando a Cubarsí, que tenía una amarilla y el colegiado le perdonó la segunda en un agarrón a Hugo Duro-, mejoró el Barça. También Casadó estuvo más cómodo. Como consecuencia, el equipo se plantó más en el campo y fue más difícil de pasar. Tampoco el Valencia tenía ya la energía de la primera mitad y, al mover más el balón, el cuadro azulgrana obligaba a los rivales a correr y desgastarse.
Así, llegó el final y el Barça sufrió menos de lo esperado en los últimos compases. Pero eso no debe ocultar una primera parte muy deficiente. La suerte es que estuvo ahí Lewandowski. No va a durar toda la vida, y más pronto que tarde llegará el día en que el físico y el cuerpo no le darán. Pero ayer no fue ese día.