En los proclamados «Juegos de la Igualdad», con casi idénticas competiciones para ambos sexos y con más inscripciones de mujeres atletas que de hombres «atletos», este humilde opinante se ve en la obligación de recordar que el único deporte genuinamente mixto del programa olímpico es la equitación. Jinetes o amazonas sobre caballos o yeguas, tanto da, y ahí quedó el oro para Gran Bretaña en durísimo concurso completo, ganado por una Laura y una Rosalind, como un Tom de acompañante. Caramba con los pijos de hípica...
Viendo el emocionante cuarto de final de tiro con arco mixto, en el que España perdió por poco con India, cabía preguntarse por qué en este deporte se segrega por sexos. ¡Los flechazos de Elia Canales fueron mucho más precisos que los de Pablo Acha! He ahí un ejemplo apestoso de discriminación positiva -feo oxímoron- que también se da en el boxeo, donde los hombres combaten a cuerpo gentil y las mujeres pelean con casco protector. No es justo ni coherente, aunque sí cabe alabar la prudencia del COI para prevenir que deportistas como Imane Khelif hagan una escabechina.
Los detractores de Khelif, que ayer se aseguró una medalla tras aplastar a la húngara Hanna Honori, han agitado argumentos de brocha gorda porque la argelina nació mujer y como tal figura en todos los registros. Ahí no hay debate. Tampoco andan finos sus defensores, desde luego, que ignoran adrede que el origen del disenso entre su elegibilidad para estos Juegos, al contrario que pasó en los Mundiales, está enmarcado en una guerra de largo aliento entre el Comité Olímpico Internacional y la Asociación Mundial de Boxeo. Se opina para «hooligans» con un ojo en las redes sociales y el otro en las reacciones de los políticos, que buscan interés espurio en el trino de cada pajarito.