Nigeria es un país extraordinario. Más de 350 etnias se aglutinan en la mayor economía de África, un gigantesco territorio casi dos veces mayor que España y donde pueden encontrarse las materias primas más exquisitas del planeta. Oro, petróleo, carbón, hierro, estaño y un potente sector agrícola donde predominan el cacao y la mandioca se enzarzan con un huracán de tradiciones y dioses y recuerdos de civilizaciones centenarias que perduran en la memoria de los hombres. Cientos de lenguas y dialectos se combinan con la tierra nigeriana, una nación africana cuya riqueza cultural quizás sea únicamente comparable con Etiopía.
Pero en Nigeria hay hambre. Hay ataques terroristas, conflictos entre pastores y agricultores que terminan con decenas de muertos y un número similar de viudas. Hay desorden y corrupción. Nigeria tiene el mayor PIB de África pero 89 millones de nigerianos (el 43% de la población) viven por debajo del umbral de la pobreza y un 31% de sus niños menores de cinco años vivían en un estado de desnutrición en 2023. Y los nigerianos, que suelen aguantar su sufrimiento con una particularidad estoica y difícil de comprender para un español promedio, iniciaron esta semana diez días de protestas programadas contra el gobierno de su actual presidente, Bola Tinubu, y contra el encarecimiento del coste de vida. El lema de las protestas es “diez días de ira”.
Diez días de protestas que llevan fraguándose desde hace más de un año, cuando Tinubu retiró el subsidio de la gasolina en el país y las primeras quejas comenzaron a aflorar a pie de calle. Debe comprenderse: el salario medio de Nigeria es de 190 euros al mes (2.520 euros al mes en España) y el precio de la gasolina es de 40-45 céntimos el litro (entre 1,5 y 1,6 euros en España). Parecerá barato, pero considérese ahora que el litro de gasolina en España cuesta un 0,06% del salario mensual promedio, mientras que el litro de gasolina en Nigeria cuesta un 0,2% del salario mensual promedio. La diferencia es un abismo pese a lo aparentemente irrisorio de los números. La desesperación de los nigerianos se multiplica en cuanto recuerdan que su país es el mayor productor de petróleo (el segundo en reservas, sólo por detrás de Libia) del continente africano. Puede encontrarse un paralelismo de esta situación con el incremento de los precios del aceite de oliva en España, con la diferencia de que la gasolina es más necesaria para sobrevivir que unas tostadas con aceite.
Protestan porque todo es más caro. El arroz y el pan también lo son. Sobrevivir siempre ha sido una prueba diaria para el ciudadano promedio y la dificultad ha subido de nivel como consecuencia de la subida de precios pero también por la devaluación de la naira, cuyo valor cayó en picado en mayo de 2023, y el aumento de la inseguridad en el norte del país (zona frecuentada por el yihadismo armado) desde que Tinubu accedió al poder. Esto, si no se cuentan los miles de secuestros que se practican cada año en todo el territorio.
Las protestas se han extendido a las ciudades más importantes y se registraron momentos especialmente tensos en estados de Kano, Níger, Abuya y Yobe, donde ocurrieron saqueos y enfrentamientos contra la policía. Los medios locales del estado de Níger informaron de que seis personas podrían haber muerto en el marco de los enfrentamientos. Bola Tinubu se ha dirigido a la población para pedirles que se queden en sus casas por el temor a que la situación “pueda degenerar en violencia y hacer retroceder al país”. Además, este lunes promulgó una nueva ley que aumentará el salario mínimo del país desde las 30.000 nairas actuales (17 euros) a 70.000 nairas (40 euros) aunque no hace falta residir en el número 221B de Baker Street para comprender que esta medida es insuficiente.
Las demandas de los manifestantes incluyen reducir el costo de la gobernabilidad y exigir reformas electorales, judiciales y constitucionales que mejoren la gobernanza de Nigeria. Diez días de rabia que aumentan ante el lujo en que vive su clase política. Por ejemplo, el líder del Peoples Democratic Party (PDP), Atiku Abubakar, es conocido por tener una casa en cada uno de los 36 estados nigerianos y por tener cuatro esposas y veintiocho hijos. El propio presidente tiene una fortuna estimada en 150 millones de dólares, con yate y avión privado incluidos.
Pero no todos los nigerianos se han sumado a las protestas. Es el caso de Yusuf, un residente de Lagos que opina que “nuestra gente está acostumbrada al dinero rápido y el gobierno suele pedir préstamos para sobrevivir pero, sinceramente, esto tiene que acabar”. Gente como él piensan que los proyectos puestos en marcha por Tinubu pueden funcionar pero que “la gente no tiene la paciencia suficiente para darle una oportunidad”. Hace falta tiempo y ya observa los primeros brotes verdes: el consumo de energía ha aumentado, el presidente trabaja por la posibilidad de refinar el petróleo nigeriano en su propio territorio y recientemente se estableció un plan de economía financiera para todos los estados del país y que permitirá abaratar y simplificar las asignaciones económicas destinadas a los gobiernos locales.
El caso que expone Yusuf distribuye las responsabilidades frente a las quejas de los ciudadanos. ¿Quién tiene la mayor responsabilidad en una nación federal como lo es Nigeria? ¿El presidente o los gobernadores de los Estados? ¿Y qué papel juega la ambición de los gobernadores a la hora de refrenar el desarrollo económico nigeriano? Yusuf es un punto intermedio y reflexivo en una nación donde miles protestan… pero donde recientemente se han convocado también protestas contra las protestas bajo el hashtag #SayNoToProtests (di no a las protestas).
Las protestas en curso en Nigeria se suman a otras acontecidas recientemente en Kenia, Uganda y Ghana, donde los motivos que las originan son similares: el aumento del coste de vida. En Kenia, las protestas ocurridas durante el mes de junio consiguieron frenar la reforma fiscal que iba a ser impulsada por el gobierno de William Ruto, considerada como abusiva para los bolsillos de los ciudadanos; más de treinta manifestantes murieron en los enfrentamientos contra la policía y la crisis generada obligó a Ruto a sustituir a la práctica totalidad de su gabinete de gobierno. En Uganda, una serie de detenciones masivas frenaron rápidamente el movimiento ciudadano, mientras que los tribunales ghaneses bloquearon este jueves las protestas previstas en Accra, su capital.
África es el continente más pobre del mundo pero su población es también la más joven. Aquí se combinan la esperanza de la juventud con la pesada losa de una pesada realidad. Una nueva generación que recorre igualmente las calles de Senegal y de Burkina Faso busca una alternativa de futuro que no sea catastrófica, y empujan a sus gobernantes a buscarla. Pero queda por ver si los resultados serán positivos.