Ha sido una semana dura, todavía no nos reponemos de la muerte de Pepe Luis Vázquez y ahora hemos perdido a quien fue mi referencia, el que alimentó mi sueño de ser torero. Porque él fue mi espejo y el de muchos que, como yo, apenas podíamos imaginar ser algún día como él. Por eso mi admiración será eterna, porque Camino ha sido de los toreros más inteligentes que he conocido, de una personalidad arrolladora y, sin ninguna duda, el mejor con la espada que yo he podido ver. Tuve la fortuna de tenerle como maestro muchas veces y me dio consejos fabulosos.
Son muchos los recuerdos y los pensamientos que se agolpan cuando una persona así deja de existir, porque con él se va la inspiración y los sueños, no solo de toreros como yo, sino de mucha gente que aspira a ser matador de toros o que admira el arte más puro de todos.
Y digo persona porque, aunque Camino era un torerazo de los pies a la cabeza, fue sobre todo un hombre de una sola pieza. No tenía dobleces ni rodeos de ninguna manera, no sabía mentir y tampoco quería. Si estabas mal te decía que estabas mal, si estabas bien, te lo decía con la misma claridad y sinceridad. Recuerdo que, sobre todo cuando empezaba, me aconsejaba sobre la forma de ir al toro, de agarrar el capote, de buscar los terrenos y, principalmente, de fijarme en el toro, en todo lo que hacía. Fue el primero que me dijo “fíjate en los toros de los demás, porque uno así puede tocar a ti”. Por eso yo jamás, estando en una plaza, le perdía ojo a ningún toro de cualquier compañero.
Por eso le decían “El Niño Sabio de Camas”. Era increíble la clarividencia que tenía, algo que me maravillaba y que jamás vi a ningún otro torero, para descifrar al toro con solo verlo. Yo tenía que ponerme por delante y pasarlo con el capote para empezar a entender los toros, pero a él le bastaba ver cómo pisaban la arena para saberlo todo. Cuando toreamos juntos siempre intentaba hacerme cerca suyo para escucharle y aprender. En el burladero, me ponía a su lado a la salida de los toros y con dos pasos del toro ya le decía a los banderilleros lo que tenían qué hacer. “Maestro, espere un poco a que le den un capotazo”, le decía yo, pero al final, el toro era tal cual él lo había descrito y lo que había ordenado era lo correcto siempre. Tenía un conocimiento y una cabeza impresionante, sobre todo con encastes que él conocía tanto como el de Santacoloma.
Tuve la suerte de torear mucho con él, algo que para mí siempre fue un sueño, y siempre aprendí algo nuevo. Además, fui afortunado de que me diera la alternativa y de que me abriera las puertas de países como México y Colombia, donde sentían una verdadera idolatría por él. Cariño que tuve la suerte de presenciar y de recibir después en mi propia piel.
Confieso que él era mi debilidad, así como disfrutaba el público viéndolo, lo hacía yo cuando compartíamos cartel. Era un torero soberbio. Antes hablé de su espada, pero es que con el capote y la muleta era una bendición verlo. Esa mano izquierda, esa facilidad, esa naturalidad y esa personalidad, sin posturas adquiridas, ahora son historia y las echaremos muchísimo de menos.