El chavismo no quiere abandonar el poder bajo ningún concepto en Venezuela y, por eso, ha amañado los comicios presidenciales para que el resultado electoral fuera exactamente el que necesitaba.
Así, después de haber suprimido el Estado de Derecho en Venezuela durante las últimas décadas, cualquier esperanza de que la oligarquía chavista deje pacíficamente de parasitar a la población pasa indefectiblemente por que esa oligarquía acepte dejar de gobernar a cambio de algún tipo de retiro dorado en el exterior.
Y dado que, de momento, no parece que ése sea el caso, los venezolanos van a tener que seguir soportando una tiranía que tiene en su haber el siguiente listado de penosas calamidades económicas.
Primero, hundimiento del PIB en un 70%, una de las mayores caídas de la historia de la humanidad en tiempos de paz.
Segundo, una completa destrucción del valor de la moneda en una de las mayores hiperinflaciones de toda la historia: a día de hoy, los precios se han multiplicado por más de 200.000 millones de veces con respecto al nivel de 2010.
Tercero, un completo desmantelamiento total del Estado (lo cual no tendría por qué ser negativo de haberse hecho de manera racional, ordenada y con una convicción liberalizadora, en lugar de deberse al masivo empobrecimiento de la sociedad y a la consecuente incapacidad del Estado venezolano para gastar tanto como querría): en 2023, el gasto público era un 90% inferior al registrado apenas una década antes.
Y cuarto, consecuencia de todos los anteriores, el mayor éxodo de la historia de Iberoamérica y uno de los mayores de la historia de la humanidad en tiempos de paz: casi ocho millones de venezolanos han tenido que escapar de la miseria y la represión política de su país (muchos de ellos refugiándose en países vecinos y también en España).
Resulta inconcebible que, con esa carta de servicios prestados, Maduro haya podido salir reelegido: pero es que no lo ha hecho. Lo del domingo en Venezuela sólo ha sido un enorme fraude electoral. El enésimo del chavismo.
