En su libelo «Europa mon amour», Ramón de España exprimía su vena satírica (o no) al pedir para París y sus habitantes la solución de la bomba de neutrones, esto es, un explosivo que terminase con toda forma de vida dejando intactos los edificios. Porque la capital de Francia puede considerarse, sin ánimo de herir sensibilidades, una de las ciudades más bellas del mundo pero los parisinos, hermanados en malaje con los vecinos de otras mecas turísticas como Florencia o Sevilla, gozan justa fama de poco simpáticos. Será que criarse entre maravillas arquitectónicas agria el carácter.
Estos Juegos de 2024, los terceros que alberga París y los primeros desde que hace justo un siglo abandonase el parisiense Pierre de Coubertin la presidencia del Comité Olímpico Internacional, amanecen entre la desafección de la población autóctona, según una encuesta de reciente publicación que coloca en el 40% la tasa de rechazo entre los habitantes de la sede. Las molestias causadas por siete años de obras, el sobrecoste para las arcas públicas y el hecho de que los parisinos son pioneros, junto a los venecianos, de la creciente ola mundial de turismofobia alimenta este rechazo. Tampoco es que una característica autóctona: ciudades como Innsbruck, Varsovia o Hamburgo rechazaron en referéndum la presentación de una candidatura.
El Comité Organizador, así, ha decidido aplicar la solución de la bomba de neutrones para unos Juegos que, a despecho del descontento ciudadano, aprovecharán al máximo las posibilidades escénicas de la ciudad. El tópico del «marco incomparable», no en vano, es mucho menos tópico en París, la deslumbrante Ciudad Luz. Imágenes emblemáticas de la historia olímpica como los saltadores en 1992 con Barcelona a sus pies o Abebe Bikila surcando descalzo la Vía Apia iluminada con antorchas en Roma 1960 se multiplicarán en 2024: arqueros disparando flechas en la explanada de Los Inválidos, el vóley playa a los pies de la Torre Eiffel, la Plaza de la Concordia reconvertida en estadio para los deportes urbanos, ciclistas arreándose hachazos en la colina de Montmartre con la basílica del Sagrado Corazón como testigo, la hípica en la Palacio de Versalles, espadachines batiéndose en duelo bajo la montera de cristal del Grand Palais… Touché.
La ceremonia de inauguración, del todo disruptiva, discurrirá sobre la lámina de agua del Sena, que también albergará el parcial natatorio del triatlón y las pruebas de aguas abiertas… si la tasa de polución no lo impide. Para mitigar la histeria ecologista, la alcaldesa natural de San Fernando (Cádiz), Anne Hidalgo, se ha dado un bañito al más puro estilo de Fraga en Palomares, aunque luciendo mejor tipo y con un mono enterizo de neopreno en lugar del legendario Meyba. Si a la buena señora no le crece un tercer brazo en la espalda ni se convierte en la mujer barbuda, significará que todo está en orden. Y si se reactiva la idea de una candidatura de Madrid, la ilusión de contemplar a Almeida braceando entre los patos del Retiro decantará la votación del COI.