Dirección y guion: Kamal Lazraq. Intérpretes: Ayoub Elaid, Abdellatif Masstouri, Abdellatif Lebkiri. Marruecos-Francia-Bélgica-Qatar-Arabia Saudí, 2023. Duración: 94 minutos. Drama.
Inevitable pensar en “Ladrón de bicicletas”, en la que Vittorio de Sica convertía la desesperación de un padre por recuperar su medio de vida ante la mirada estupefacta de su hijo en un retrato tan despiadado como humanista de las miserias de la Roma de la posguerra. En “Las jaurías” hay otro padre desesperado; otro hijo, ya adulto, que, sobrecogido, lo acompaña en su descenso a los infiernos; otra ciudad, Casablanca, que parece acostarse entre sangre y ruinas. Aquí nadie pierde una bicicleta, porque lo que hay que perder es un cadáver que molesta. Kamal Lazraq articula la película en forma de thriller fatalista, protagonizado por perdedores que están condenados a meter la pata, a encadenar malas decisiones, a tomar el camino más recto a la perdición. Si hay un defecto obvio en “Las jaurías” es que percibimos ese determinismo desde la primera secuencia, de modo que al espectador solo le cabe esperar cuál es el próximo error que van a cometer los personajes para cumplir con el programa del cineasta; personajes que, por otro lado, representan de una forma demasiado evidente las dos caras de la sociedad árabe: la que, de un modo un tanto hipócrita, se escuda en la tradición religiosa para redimir sus crímenes y la que ha perdido toda fe en el mundo viendo lo bajo que han caído sus referentes. Por decirlo de otra manera, “Las jaurías” es una película demasiado escrita, como si Lazraq, que debuta en el largo, encarnara la justicia divina que castiga la torpeza moral de sus criaturas, obligándoles a recorrer un vía crucis circular que obedece mucho más a la lógica del creador demiurgo (estamos cerca de Alejandro González Iñárritu) que a la lógica de la vida.
Si resulta un tanto fastidioso contemplar la crónica de una cadena de desgracias anunciadas a bombo y platillo, es cierto que Lazraq sabe manejar bien las situaciones de tensión, y hace un gran trabajo con sus actores, todos ellos no profesionales. En ellos -en el rostro gastado y afilado del padre, en el gesto desconfiado del hijo, en el peligro decadente del guardián de una gasolinera abandonada o en el cansancio solidario del cuerpo de un pescador que parece un extra de “La terra trema” de Visconti- y en las localizaciones -callejuelas oscuras, bares despellejados, locales clandestinos donde se celebran peleas de perros- reside la única verdad neorrealista de “Las jaurías”.
Lo mejor: el trabajo de los actores no profesionales y el uso de los espacios, que contribuye al tono decadente de la historia.
Lo peor: Lazraq se empeña en ponerle la zancadilla a sus personajes, logrando que su cadena de desgracias resulte artificiosa.