Joe Biden esperó pacientemente por más de treinta años su turno para ser presidente de Estados Unidos. Lo intentó tres veces hasta lograrlo, bajo la promesa de servir un gobierno de transición a la agitada era Trump y el coronavirus. La decisión de renunciar a su candidatura de reelección presionado por las dudas de su propio partido sobre sus habilidades para ganarle al mismo candidato que había vencido hace cuatro años, no fue fácil. Pero si algo ayudó a que Biden se decantara por hacerse a un lado es su intención de preservar el que considera ha sido un buen legado presidencial. Irse por la puerta grande antes de una gran tormenta.
El primer desafío que Biden sobrepasó fue la pandemia de la Covid-19. Las variantes del virus y la resistencia a las vacunas llevaron a más de 700.000 muertes durante su mandato. A solo dos meses de asumir, lanzó un paquete de ayuda pandémica de 1.9 billones de dólares, creando una serie de nuevos programas que redujeron temporalmente la pobreza infantil a la mitad, detuvieron los desalojos y contribuyeron a la creación de 15.7 millones de empleos. Pero la inflación, su gran talón de Aquiles, comenzó a aumentar poco después, haciendo que el índice de aprobación del mandatario cayera del 61% al 39% en junio de ese año.
Jamás pudo recobrar una aprobación superior al 50% a medida que el país se polarizaba. Biden siguió con una serie de acciones ejecutivas para desatascar las cadenas de suministro globales y un paquete de infraestructura bipartidista de 1 billón de dólares que no solo reemplazó la infraestructura envejecida, sino que mejoró el acceso a internet y preparó a las comunidades para soportar el cambio climático. Su Administración también se apresuró en la tarea de impulsar la producción de chips y semiconductores, en un esfuerzo por garantizar la seguridad nacional. Pero quizá su reina de la corona es la Ley de Reducción de la Inflación, que proporcionó incentivos para alejarse de los combustibles fósiles y logró rebajar los precios de varios medica-mentos.
La paradoja de la presidencia Biden es que para más de la mitad del estadounidense promedio todas estas victorias legislativas que sucedieron de manera bipartidista en momentos de alta polarización, no se supieron comunicar efectivamente. El fantasma de los meses de alta inflación lo persiguió hasta el final de su mandato.
Los altos números de inmigrantes irregulares entrando por la frontera con México durante los primeros tres años de su gobierno también fueron objeto de críticas, y aunque en los últimos meses la coordinación con países latinoamericanos ha logrado reducir los cruces ilegales, el tema sigue siendo carne de cañón electoral para los republicanos que abogan por «fronteras seguras». Una encuesta reciente del Centro de Investigaciones Pew en EEUU encontró que al menos en 34 países del mundo los ciudadanos veían de forma más favorable la imagen de Joe Biden frente a la de Donald Trump. Los datos no sorprendieron a expertos que aseguran que la gestión del demócrata fue sin duda mejor vista en el exterior que cuando se lee en clave interna.
Su primer gran desafío internacional fue la caótica retirada de las tropas estadounidenses en Afganistán, que resultó en la muerte de 13 miembros del Ejército. El mal manejo de esa operación fue ampliamente criticado tanto dentro como fuera de Estados Unidos.
Biden también buscó competir más agresivamente con China, reorganizando a sus aliados en el Indo-Pacífico y marcando líneas rojas sobre el futuro de Taiwán.
Pero su logro más importante en política exterior es la seguridad devuelta a los socios europeos sobre la fortaleza de la OTAN, la alianza militar más importante del mundo. Desde que Rusia invadió Ucrania en 2022, el mandatario se puso a la tarea de armar una coalición de apoyo que garantizara la permanencia de la defensa de Kiev, al tiempo que evitara un conflicto directo con Vladimir Putin. De hecho, una de las preocupaciones más significativas para el gobierno de Volodimir Zelenski es qué va a pasar con Ucrania en una segunda presidencia Trump.
No menos relevante ha sido para Biden el manejo del conflicto entre Israel y el grupo terrorista Hamás. El ataque a territorio israelí el 7 de octubre de 2023 provocó una guerra que mostró divisiones dentro del partido demócrata sobre si Estados Unidos debería continuar apoyando al gobierno de Benjamin Netanyahu (con quien Biden ya tenía diferencias) mientras decenas de miles de palestinos morían en meses de contraataques.
En general, el balance es mixto pero los analistas creen que el hecho de que Biden haya decidido buscar puntos de acuerdo con sus adversarios en lugar de enfocarse en las diferencias, le dará un lugar más amable en los libros de historia cuando la actual tormenta pase. Sus últimos retos en los meses que le quedan al frente de la Casa Blanca se centrarán sin duda en intentar reconducir los conflictos de Gaza y Ucrania.