Hay algo esencialmente anacrónico en “Fly Me to The Moon”. Por mucho que la película se empeñe en dibujar el enésimo retrato de mujer empoderada, ¿hay en realidad tanta diferencia entre la publicista que encarna Scarlett Johansson y la Doris Day de “Confidencias a medianoche”? Es cierto, las armas de seducción de esta tiburón del marketing tienen más que ver con las de Marilyn Monroe, pero si nos ceñimos a los clichés de la comedia romántica de los años sesenta, y a cómo aborda la guerra de sexos, “Fly Me to The Moon” no puede ser más clásica o, mejor dicho, más carpetovetónica. Eso afecta también al personaje masculino, un héroe de una pieza, un Ken célibe completamente entregado a su trabajo que Channing Tatum, de una rigidez pegajosamente bronceada, interpreta con la brújula moral de la que carece su interés amoroso.
Pero, claro, “Fly Me to the Moon” no se conforma con resucitar, de una forma un tanto plana (esto no es “Abajo el amor”), las comedias románticas del tándem Day-Hudson. Johansson, que también es la productora ejecutiva y principal impulsora del proyecto, está interesada en el comentario político, de modo que las peleas y reconciliaciones entre su personaje y el de Tatum se sitúan durante la fase crucial de la carrera de la NASA para conquistar la Luna. Ella es la encargada de que la misión se convierta en un fenómeno sociocultural sin precedentes, después del fallido lanzamiento del Apolo I, que acabó con tres astronautas muertos y la Guerra Fría más caliente que nunca.
Él es el líder en tierra de la misión, traumatizado por el fracaso del primer intento y contrario a las histriónicas y creativas estrategias de marketing de la nueva jefa de prensa. En medio de sus rifirrafes, la película intenta que ese momento histórico, en el que Estados Unidos se jugaba el puesto de primera potencia mundial ante Rusia, diga algo relevante sobre la época en la que vivimos, y para ello escoge una de las teorías de la conspiración más célebres del siglo XX, que Peter Hyams se tomó muy en serio allá por 1978, en la notable “Capricornio Uno”: que las míticas imágenes de Armstrong, Aldrin y Collins para pisar tierra lunar no eran más que un simulacro, estaban filmadas en un gran hangar-plató. El objetivo es denunciar que las ‘fake news’ existían mucho antes que las redes sociales, y la moraleja es que todo sentimiento patriótico debe alimentarse de la sustancia de lo real, que es, después de todo, la materia con que están hechos los héroes. Amén.
Lo mejor:
El diseño de producción contribuye a una reconstrucción de época luminosa y atractiva.
Lo peor:
La comedia romántica con mensaje político incorporado no funciona