Entre los grandes miedos asociados al envejecimiento se encuentra la pérdida de la memoria. A pesar de que es un proceso natural debido al deterioro de las funciones cognitivas, no hay nadie que no se sienta aterrado ante la posibilidad de sufrir alguna enfermedad degenerativa como el alzhéimer o la demencia.
Una vez llegamos a cierta edad, los olvidos que antes parecían despistes llegan con más recurrencia e intensidad. Ya no solo desconocemos dónde hemos dejado las llaves, sino que también repetimos historias, nos cuesta aprender cosas nuevas o recordar datos que creíamos almacenados en nuestra cabeza. Es ahí cuando nuestro día a día se ve afectado y vamos perdiendo un poco de nuestra calidad de vida.
El envejecimiento provoca cambios en todo nuestro cuerpo que van más allá de lo que se puede ver con los ojos. Según un artículo del Hospital Universitario de Columbia y Cornell, en Estados Unidos, al cumplir 20 años de edad, el ser humano comienza gradualmente a perder células cerebrales. Además, a partir de dicha edad, nuestro cuerpo forma una menor cantidad de sustancias químicas necesarias para que las células cerebrales funcionen.
Eventualmente y sobre los 30 años es cuando llega el declive cognitivo que se intensifica después de los 60 años. Algunas personas llegan a desarrollar deterioro cognitivo leve, una etapa intermedia entre el deterioro habitual de la memoria que se da por el envejecimiento y el deterioro más grave de la demencia. Sin embargo, esta afección no les impide tener una vida normal y tampoco garantiza que empeoren hasta la demencia.
Si bien la pérdida leve de la memoria es algo normal, hay ciertas señales que deben encender nuestras alarmas. Una de ellas es hacer las mismas preguntas en una misma conversación, también perderse en lugares que deberían resultar conocidos, confundirse con los días de la semana, el tiempo, incluso las personas, entre otros detalles que no suelen ser resultado de la pérdida de memoria por envejecimiento.
En caso de deterioro cognitivo leve, según el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos, los síntomas pueden ir desde los simples olvidos frecuentes hasta perder el hilo de pensamiento, no poder seguir la trama de un libro o una película, dificultad para seguir instrucciones o que tu capacidad de juicio comience a fallar. Esta afección también puede estar asociada a la depresión, la ansiedad, el mal genio o la agresividad y la repentina falta de interés.
Es importante, ante la recurrencia de estos síntomas, acudir al médico para recibir un diagnóstico y terapia adecuada. Si bien la demencia es algo que no tiene cura en sí, hay algunos ejercicios que nos pueden ayudar a evitar la pérdida irreversible o permanente de la memoria.
El primer paso es participar en actividades que desafíen tu mente, como puzzles, juegos de memoria, leer, escribir, aprender un nuevo idioma o tocar un instrumento musical. Estas actividades ayudan a mantener el cerebro activo y promueven nuevas conexiones neuronales.
También es fundamental tener un ciclo de sueño saludable. Para funcionar sin inconvenientes, el cerebro necesita descansar. Los expertos aseguran que dormir menos de lo necesario puede tener un impacto negativo en la memoria, por lo que es importante tener una buena rutina nocturna y acostarse temprano.
El ejercicio físico, una dieta saludable, la socialización, el control del estrés y evitar malos hábitos como fumar y beber en exceso pueden representar una gran diferencia a la hora de mantener nuestra salud cognitiva.
Curiosamente, practicar las actividades cotidianas con la mano no dominante, como cepillarse los dientes, peinarse el cabello o cocinar, ayuda a desarrollar el otro hemisferio del cerebro y, a su vez, a mejorar la memoria.