El entorno económico y político en México y Estados Unidos está experimentando una notable transformación, caracterizada por un nuevo liderazgo en ambos países y el regreso de Donald Trump a la presidencia estadounidense.
Este contexto de alta volatilidad exige a los inversionistas y empresarios evaluar cuidadosamente las estrategias para proteger su patrimonio e inversiones, dadas las políticas que cada nación planea implementar.
Una de las áreas de impacto crucial es la migración. Trump ha intensificado su postura en cuanto a la seguridad fronteriza, asociando la inmigración irregular con riesgos de seguridad. Esto afecta tanto a México como a los inmigrantes de toda América Latina, quienes buscan oportunidades laborales en Estados Unidos, ocupando empleos que no atraen a los ciudadanos estadounidenses, pero que son fundamentales para la economía, mientras en campaña el presidente electo presiona el control de migración como presión para México con el arancel del 25 por ciento.
En el aspecto económico, Trump ha vuelto a plantear su política arancelaria como herramienta de presión sobre México. Esta dependencia del mercado estadounidense es significativa: el 80% de las exportaciones mexicanas se dirigen a EE.UU. No obstante, México ha diversificado su economía en los últimos años, atrayendo inversión asiática en sectores industriales del noreste, con empresas de países como China, Japón y Corea. La presencia de estas firmas ha impulsado el crecimiento en estados como Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas.
Para Trump, la creciente inversión china en México representa una amenaza económica y geopolítica. Este “ajedrez arancelario” busca limitar la expansión asiática en suelo mexicano, con la intención de mantener el dominio estadounidense en la región. China, sin embargo, sigue consolidándose como un competidor global, y México es un campo de batalla clave en esta pugna. A nivel macroeconómico, las alianzas de China con Rusia e Irán —potencias en producción de petróleo y armamento— perfilan una estructura de poder en ascenso que desafía el liderazgo estadounidense.
De cara al futuro, México enfrenta un reto complejo: deberá fortalecer sus relaciones comerciales con EE.UU. mientras continúa beneficiándose de la inversión asiática, logrando un equilibrio estratégico que maximice sus beneficios y diversifique su dependencia. Para los inversionistas, la clave será anticiparse a estos cambios y adaptar sus decisiones a un escenario que promete transformarse a medida que los intereses de las grandes potencias continúan en juego.