Platicaba recientemente con Agustina Giraudy, una profesora distinguida de la Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno del Tec de Monterrey sobre su experiencia dictando cátedra sobre Democracia a alumnos de distintos programas en nuestra institución. La democracia a las que aspiramos tantos de nuestra generación no genera el entusiasmo en ellos como lo incitó en nosotras, me comentó. Ante los desafectos percibidos, nuestra profesora cambió de estrategia y decidió hablarles de las dictaduras. Ella la vivió en Argentina. Y por ahí comunicó un mensaje, en términos académicos obviamente: los derechos se hacen vigentes cuando existen condiciones institucionales para ello. No prosigo con la enumeración de derechos que podrían perderse si nuestra democracia fenece.
Tengo una parte de mi entusiasmada por el proyecto de la nueva presidenta y otra muy dolida por lo que sucede. En duelo porque parece que se busca cristalizar un proyecto de progreso sin derechos y esto es inviable. No puede ser el esquema priísta del pasado (que de alguna manera fue eso) porque las circunstancias son muy distintas. La era priísta fue longeva porque logró impulsar el crecimiento económico y todo lo que trajo aparejado en un entorno de gran estabilidad. Movió al país hacia la industrialización y urbanización, fenómenos ambos complejos, sin los efectos políticos que la dislocación genera. Las circunstancias lo permitieron porque podíamos ver hacia adentro y tener poca interacción con el exterior, en el marco de un esquema político y de gobierno de centralización y de control político. Fue la época de la sustitución de importaciones en el que un grado de aislacionismo y autarquía era posible. Ese modelo se agotó porque las condiciones cambiaron, por el propio efecto de la estabilidad con crecimiento que permitió el surgimiento de un segmento de clase media vocal y por el cambio en las condiciones internacionales que hicieron que aquel modelo dejara de tener asideros en el mundo real.
Nuestra presidenta quiere crecimiento, sin garantizar derechos. Ayer mismo sostenía que el INAI, el instituto garante de nuestro derecho a la información, va a desaparecer. Dijo algo así como que “no tiene caso que exista”. Y no ha ofrecido un esquema alternativo para garantizarlo. Su propuesta de que la Secretaría de la función pública en una versión mejorada se haga cargo, no puede ser creíble porque es parte del aparato del ejecutivo y se convierte en juez y parte con alcances sesgados y solo para este poder, y porque a la par se debilita la protección jurisdiccional sobre este derecho, al proponer una reforma al judicial que lo debilita profundamente.
El derecho a la información es un componente de la rendición de cuentas. Todo esquema de rendición de cuentas sirve para la revisión y control del poder. La transparencia es la puerta de entrada a esos mecanismos. Desmotar esta pieza, colapsa el resto.
Regreso al argumento de la profesora Giraudy: ¿cómo explicar a las nuevas generaciones lo que implica vivir sin derechos? Ella ha encontrado ejemplos que ilustra el punto con su propia experiencia de vida como persona y como académica en las ciencias sociales. Yo me pregunto cómo será vivir sin acceso a la información. Tenemos un poco más de seis años en una lógica de opacidad en que la información es escasa, las bases de datos más fundamentales para el análisis de políticas públicas no se actualizan, se niega el acceso a información al declararse inexistente, se postulan verdades en los púlpitos de poder sin poder verificarla. Esto cambia todas las coordenadas para hacer análisis, opinar y para poder pedir cuentas a quienes están obligados a dárnosla. Y lo que tenemos en el panorama no es sólo la limitación de acceso a la información sino la desprotección de otros derechos fundamentales. Y me pregunto si puede haber progreso sin derechos.
En la cartera de proyectos de la presidenta veo asuntos propuestas muy loables. Y me pregunto cómo hacer compatible la agenda de progreso que éstos significan con el debilitamiento de derechos que ella misma apoya. Hay dos lógicas en su proyecto que no se van a encontrar jamás en el mundo de nuestros días. Una agenda que busca el progreso y otra que dinamita instituciones. ¿En cuál de ella está la presidenta?
Y no es posible recrear el pasado. No hay nada hoy que permita hacerlo. La concentración del poder y los mecanismos de control político que permitieron el progreso en el pasado hoy no están, a pesar de las mayorías todo poderosas del partido en el poder. Poder no es lo mismo que capacidad de gobierno.
Con el transcurrir de este gobierno se aclaran algunas preguntas. Y el duelo arrecia. Porque como vamos, no habrá progreso, ni derechos, sólo un deterioro sostenido. ¿Cómo explicarnos cómo llegamos aquí?