El gobierno anterior gozó de un margen de maniobra muy grande, que ya no le heredó al actual.
Durante cuarenta años, el ritmo de crecimiento de la economía mexicana promedió 2.2% anual. Sin importar las crisis, internas o externas, la economía regresaba a esa trayectoria, hasta fines de 2018. Al año siguiente, nos contrajimos -0.4%, y el promedio de crecimiento en el sexenio a duras penas llegará a 0.7%: un tercio de lo que antes crecíamos. El crecimiento esperado para este año es de 1.5%, y para el próximo, de 1.2%, según los especialistas.
En términos de empleo formal (IMSS), de 2000 a 2018 el crecimiento era de 2.7% anual, pero en los últimos seis años se redujo a 1.9%. En septiembre, ya fue 1.6%. A cambio, se insiste mucho, el salario logró incrementos superiores, y es cierto. En los primeros 18 años de este siglo, el incremento del salario promedio real era de casi 4%, mientras que en los últimos seis años fue de 6%. Buena parte de ese incremento tiene su origen en el alza del salario mínimo, que pudo hacerse gracias a que durante el sexenio de Peña Nieto se realizaron todos los trámites necesarios para que el salario mínimo dejara de ser una referencia contractual. A fines de 2018, apenas uno de cada tres trabajadores formales ganaba entre 1 y 2 mínimos, y la mayoría de ellos estaba en la parte alta de ese rango. Así, elevar el mínimo podía hacerse porque no tenía un impacto real en las empresas. Se podía duplicar y no pasaría nada, como lo dijimos en esta columna en 2016. Desde 2023, los incrementos al mínimo superan esa cifra, y ya pesan.
En noviembre de 2018, el déficit público era de 2.5% del PIB, y para diciembre (antes de que pudieran hacer algo los nuevos) alcanzó 2%. Había además cerca de un billón y medio de pesos en fondos, fideicomisos y cuentas bancarias. Ahora, el déficit alcanza 6% del PIB, y no hay nada guardado.
Entre la campaña de Trump y el taper tantrum, el dólar se fue hasta 22 pesos el día de inauguración de Trump en la Presidencia (20 de enero de 2017). Aunque se redujo un poco en los meses siguientes, volvió a crecer en 2018, con las elecciones, pero sobre todo con la cancelación del aeropuerto. En noviembre de 2018, el tipo de cambio era de 20.25 pesos por dólar, con todo y un incremento en las tasas de interés para frenar la salida de capitales por dicha cancelación.
Los colchones en crecimiento económico, generación de empleo, salarios, finanzas públicas y tipo de cambio, le dieron un margen amplísimo al anterior gobierno. En los primeros dos, la inercia alcanzó para evitar una contracción, pero poco más que eso. En los siguientes dos, para llevar las cosas al límite. En el caso del tipo de cambio, aunque se ha celebrado que no hubo depreciación en el sexenio, en realidad el promedio 2019-2024 fue de 19.53 pesos por dólar, frente a 16.36 del sexenio previo, casi 20% de ajuste.
Hay que considerar, de forma adicional, las tragedias de Pemex y CFE, que en 2018 estaban ya produciendo ganancias, con la administración ordenada, y con un equilibrio público-privado que no sólo garantizaba el abasto energético, sino que nos había dado algunas licitaciones de clase mundial: los menores precios mundiales para generación eléctrica renovable, por ejemplo. Ahora, Pemex es un barril sin fondo y sin remedio, mientras CFE no puede garantizar el abasto, y acumula una caída de 25% en el valor agregado durante el sexenio que terminó.
Todos los colchones se perdieron, y por eso insistimos en que no hay margen para jugar con la economía. Ahora que, si van a hacerlo, al menos echen paja.