En el sexenio anterior padecimos la resistencia absoluta del titular del Ejecutivo a modificar su agenda. Palacio Nacional fue un búnker y la mañanera la única ventanilla de atención, por así llamarlo, de quejas. Por el bien de todos, el nuevo gobierno debe cambiar eso.
Aceptando sin conceder el argumento de que los medios, la prensa y otros colectivos querían capturar al gobierno, imponer “como antes” al mandatario una agenda, después del 2 de junio eso quedó superado. No hay nadie hoy en el país con capacidad para siquiera intentar eso.
La presidenta Claudia Sheinbaum tiene todos los recursos políticos a la mano para ejercer un control absoluto.
La mandataria tiene hoy un margen de maniobra para atender de forma distinta problemas que hacen crisis, como el caso de Sinaloa, entidad que visitó durante la transición varias veces, pero que ya se tardó demasiado en visibilizarla en la agenda presidencial.
Sinaloa es la papa caliente que heredó Claudia Sheinbaum. El peor de los escenarios pronosticados cuando se supo la noticia del bizarro viaje que concluyó con la detención en Estados Unidos de Ismael el Mayo Zambada se ha venido materializando. Hay una guerra ahí.
No hace falta decir mucho para describir el drama humanitario que se vive en ese estado. Hay, para empezar, migración forzada ante el miedo, nada irracional, de que uno o varios miembros de la familia puedan resultar heridos, muertos o verse privados de la libertad.
Y horrendas imágenes de ejecuciones son las expresiones más nítidas de la guerra entre milicias que durante mucho tiempo fueron en términos reales lo mismo. Pero el drama de la situación amenaza con ahogar también la economía de ese estado.
No sólo se están matando “entre ellos”. Los criminales están disputando más que un negocio multimillonario. Es la “plaza”, con su población y actividades económicas, con sus instituciones educativas y culturales, con su riqueza natural, lo que está en pugna.
Y no se les debe entregar.
Esa sería la primera razón por la cual la visita de la Presidenta a Culiacán es urgente e indispensable. Así como fue a Acapulco, debe viajar a Sinaloa. Para hablar a nombre del Estado mexicano y decir in situ a la población que la autoridad más alta no va a abandonarlas.
La Presidenta sí tiene a Sinaloa en su agenda. No podría ser de otra manera. La entrevista que el secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, tuvo con el cuestionado gobernador (es un decir) de Sinaloa, Rubén Rocha, el sábado es una muestra. Pero no basta.
Sheinbaum expondrá mañana su plan de seguridad en Palacio. Ahí Sinaloa flotará en el ambiente. Y Guanajuato, por cierto, lo mismo, como entidades donde las masacres son recurrentes. Esa estrategia, sin embargo, estará incompleta sin cercanía con la población.
Las familias sinaloenses llevan demasiadas semanas sumidas en el terror y la frustración de ver que sus autoridades locales son indolentes y, sin exageración, hasta sospechosas de involucramiento. La presidenta Sheinbaum en cambio goza hoy de total credibilidad.
Además, y un tema principal, muchas de las que están sufriendo en Sinaloa son madres, hermanas e hijas. Mujeres que temen el rapto de sus familiares. Mujeres que tienen miedo de ir a trabajar o de dejar sus hijos en la escuela. Para ellas gobierna Claudia Sheinbaum.
La política feminista de la Presidenta es mucho más que un discurso. Por ello, debe visitar Sinaloa para que ellas la escuchen prometer que pronto regresará no sólo una paz cosmética, sino la tranquilidad que surgirá de que será el Estado, el gobierno de Sheinbaum, el único que gobierne ahí.