Si los compran y tienen un amigo inteligente, es posible que caminen por la calle y puedan saber el nombre de las mujeres y hombres que pasen a su lado en la banqueta.
Los llamados Rayban Meta Wayfarer cuestan 329 dólares y permiten tomar fotos, grabar video como lo hacen con su celular, pero un experimento realizado en Harvard mostró algo que anticipé hace unos años. La tecnología disponible permite que lo que observamos pueda analizarse automáticamente y entregar al interesado en minutos toda la información que nosotros o nuestros amigos han subido a internet acerca de nuestra historia personal.
Pueden hacerlo con la cámara de su celular, también, pero hay una enorme diferencia entre deambular con el brazo estirado y apuntando con nuestro smartphone a la cara de la gente, respecto a la de hacerlo con lentes que portan una discreta cámara que pasará desapercibida.
Un par de estudiantes de Harvard, Anhphu Nguyen y Caine Ardayfio, se hicieron famosos la semana pasada. Crearon un software que puede revelar el nombre, la dirección, el número de teléfono y la biografía de una persona a partir de una sola imagen.
Con esa herramienta, abordaron a desconocidos, haciéndose pasar por viejos amigos, al mencionarles datos que les resultan familiares. Sus interlocutores bajaban la guardia fácilmente y podían entablar conversaciones con ellos. Afortunadamente en este caso, con un propósito académico.
Sabíamos que eso venía. Sería interesante que los legisladores mexicanos hicieran algo al respecto.
Pero es el mundo en el que estamos, uno en el que la realidad cambia aceleradamente en la vida común y en el trabajo.
En México, los robots avanzan en las fábricas a un ritmo de 13 por ciento anual. Lo mismo están haciendo del otro lado de la frontera. Muchos trabajos manuales ya no serán necesarios. Habrá cada vez menos necesidad de pagar salarios de obreros en los parques industriales.
La coreana Samsung anunció el despido de miles de miembros de su personal, algunos de esos puestos serán recortados en Latinoamérica.
¿Qué pueden hacer los mexicanos, además de actualizar las reglas del país para adaptarlas a nuevas necesidades?
Piensen en José, un personaje real con nombre ficticio, con quien conversé ayer durante una feria de innovación en una pequeña universidad del sureste mexicano.
Su padre mecánico y su madre empleada doméstica acaso podían brindarle casa y comida en el pueblo de Peto, en Yucatán, de unos 20 mil habitantes que cabrían bien en el parque de béisbol de los Diablos Rojos.
Él tiene 27 años y desde pequeño quiso ser escritor. Obtuvo y coleccionó todos los libros que llegaron a sus manos hasta formar una pequeña librería en su casa en la que no había computadoras o internet.
En Peto no existe una escuela para escritores y ante la carencia tomó la opción que tenía a mano, inscribirse en la Universidad Tecnológica del Mayab. Al no contar con una computadora propia, practicó código de Java o Python escrito a mano en una libreta, que luego ponía a prueba cuando podía entrar a un ordenador de la escuela.
Se graduó como técnico en tecnologías de la información. Con ese título y 500 pesos llegó a la ciudad más grande que conocía, Mérida, hace siete años.
Pudo ser obrero en maquiladoras locales. Pero el destino lo mandó por otro rumbo.
Hoy es responsable de administrar proyectos digitales para empresas de distintas partes del mundo, desde México. La creatividad tiene muchos caminos.
Hoy le atraen las posibilidades de generar contenido usando posiblemente, los lentes de Meta y Rayban. México podría ayudarle de algún modo a él y a muchos, y de paso avanzar nacionalmente en el ranking global de la Organización Mundial de Propiedad Intelectual (WIPO), desde el lugar 56 en el que se encuentra hoy, detrás de países como Brasil y Chile.
No se necesita mucho más que buscar talentos y darles fuerza.