En el sexenio que acaba de terminar, se desperdició una oportunidad dorada al desplazar el capital privado de los sectores estratégicos de la economía, en aras de un nacionalismo anacrónico que solo sirve para apaciguar momentáneamente a las masas y enriquecer a los líderes políticos, pero que en realidad daña el desarrollo económico del país y la movilidad social.
Esa visión estatista de AMLO provocó graves daños a las finanzas públicas y comprometió el futuro de las actuales generaciones por el inusitado e inaudito endeudamiento que contrató AMLO durante su gestión y que fue del orden de 6.6 billones de pesos.
El rescate de la soberanía energética con visión estatista terminó de hundir a Pemex y a la CFE y ello, de suyo, representa el total fracaso de esta política que alienta la hegemonía del Estado en las actividades productivas, dejando al margen de ellas a los privados.
Por fortuna, la presidenta Sheinbaum está consciente de la relevancia del capital privado, no solo para detonar el crecimiento de la economía, sino para mantener incluso la gobernabilidad al crear los empleos formales que se requieren cada año, más en un país de jóvenes que claman por oportunidades para incorporarse al sector productivo.
El círculo virtuoso de la productividad, en donde se genera progreso, empleo, impuestos y desarrollo, solo se da con el concurso de los inversionistas internacionales y nacionales y esta participación se debe fortalecer con la participación, sin duda, del gobierno.
Es necesario reactivar los esquemas mixtos denominados como las asociaciones público-privadas para exponencialmente multiplicar el dinero.
Los gobiernos de izquierda no resisten la tentación de nacionalizar empresas y hacer de la expropiación su modus vivendi, además de destinar recursos públicos para comprar empresas privadas o crear las propias, aunque después estas no sean rentables y, por ello, el Estado tiene que financiarlas con la consecuente distracción del presupuesto público.
Así pasa con el AIFA, el Tren Maya, Dos Bocas, Mexicana de Aviación, Gas Bienestar, la megafarmacia y otras tantas ocurrencias de un mandatario que se creía el gran mesías y, por lo tanto, podía sacar oro de las piedras. Incluso intentó comprar Banamex.
El resultado de esta visión estatista y retrógrada está a la vista y ahora le tocará a una mujer de izquierda revertir el grave daño que provocó AMLO a México.
Por ello, en sus primeros discursos, la presidenta no se ha cansado de tender puentes de diálogo a los inversionistas y empresarios para que consideren invertir en el país.
La lista de sus 100 compromisos no se cristalizará, ni siquiera en un 20 por ciento, sin la participación del sector privado y ello lo sabe la jefa del Ejecutivo federal.
Así que, mientras en la Cámara de Diputados aprueban la ‘Ley Silla’, Claudia Sheinbaum teje fino con el sector privado para darle a esa clase trabajadora los medios suficientes para mejorar sus condiciones de vida, además de asegurar los impuestos necesarios que permitan fondear los programas sociales de la 4T.
En este contexto, vemos muy complicado que la reforma judicial avance en su instrumentación en los términos aprobados, toda vez que se requiere un Estado de derecho sólido y un orden constitucional que otorgue certidumbre y preserve los derechos fundamentales del hombre, como el derecho a la propiedad privada.
En momentos en que la inflación subyacente se come el aumento de los salarios mínimos, se escuchan voces en el Congreso para reducir la jornada laboral a 40 horas por semana, además de promover leyes que brinden los descansos necesarios a los trabajadores que buena parte de su jornada laboral la hacen de pie; se olvidan que se requiere reconstruir todo el entramado legal para que los emprendedores puedan desplegar sus habilidades en las Pymes, y que los grandes capitales e inversionistas observen señales positivas en el nuevo gobierno para abrir la chequera y considerarlos como socios estratégicos para sacar de la pobreza y la ignorancia a millones de mexicanos.
Lo que es un hecho es que no podemos darnos el lujo de perder otro sexenio con ideologías marxistas o con decálogos del populismo. El bono político se agota en cuanto el pueblo siente hambre y dejan de caer las migajas del Estado en su bolsillo.