Para mí siempre resultó un enigma la manera diferenciada en que los mexicanos evaluaban al presidente y a los resultados de su gobierno. Altas calificaciones para él; bajas en algunos temas muy sensibles como la seguridad, el empleo o el estado de la economía. No tengo recuerdo de que en el pasado haya existido una brecha tan marcada. Ese es el sello del fenómeno AMLO. Una muy potente capacidad de comunicación para construir cercanía con grupos muy amplios de mexicanos, engarzada con transferencias de recursos masivos que seguramente implicaron cambios importantes en las familias beneficiarias. Esa mancuerna hizo imbatible al presidente y a la candidata de su partido a la Presidencia, además de otros elementos que arrojaron el resultado que conocemos. La pregunta hacia el futuro es qué tan replicable es este fruto dulce. ¿Podrá seguirlo produciendo la próxima administración?
La realidad de los datos es una. Podemos interpretarlos pero están ahí. Se han debilitado los mecanismos de acceso a la información y la que es disponible es de menos calidad. No obstante, la información con la que contamos muestra signos de deterioro. En la salud, la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut) es implacable con sus resultados: menos acceso, más gasto de bolsillo y privatización vía atención en unidades adyacentes en farmacias. En educación se han eliminado los instrumentos estandarizados de medición de aprendizaje, pero la información disponible marca retrocesos en todo lo que cuenta. La violencia escala, la impunidad es la misma de siempre. Y la economía crece tan poquito que no compensa el crecimiento demográfico y la incorporación de nuevas cohortes a la fuerza de trabajo. La realidad “real” de los números y con la que se construyen los diagnósticos ponen un marco que tarde que temprano se manifestará. El fruto dulce ya no está.
La presidenta Sheinbaum tiene un proyecto de gobierno. Transcurrir entre sus páginas enseña que busca elementos esenciales para hacer un país viable. No tiene los tintes técnicos de los documentos de otros tiempos, en los que los datos eran esenciales, pero sí hay una marca de rumbo con los matices de un gobierno que busca ser de izquierda. Propone inversión con responsabilidad social, desarrollo regional guiado por la inversión pública en infraestructura, un estado mínimo que en su propia concepción implica desmantelar a los autónomos por un mandato de eficiencia, sin una consideración sobre su papel de control del poder, y un lenguaje que alude al pueblo, con una forma de desterrar lo liberal de la referencia a la persona y su responsabilidad para trasladarla al colectivo pueblo en el que se difuminan responsabilidades, pero también los derechos.
La decisión en las urnas fue clara sobre el rumbo que los mexicanos quieren seguir hacia el futuro. La pregunta es si el gobierno de la nueva presidenta contará con los instrumentos para avanzar en el proyecto. Una supermayoría en el Legislativo permite un paso automático de las iniciativas legislativas del Ejecutivo. Legislar a favor de una agenda de gobierno tiene una enorme ventaja; ejecutar implica otra dimensión. La capacidad de ejecución está determinada por la estructura de gobierno. Y no hemos tenido una reforma al gobierno que le permita ser funcional (este es un argumento que Luis Rubio plantea en sus últimas obras). Aquí el meollo de nuestra capacidad para avanzar.
El expresidente López Obrador no reparó en la capacidad de gobierno porque su proyecto no era de gobierno sino de poder. En esta lógica, necesitaba una estructura de movilización política que se activara en momentos precisos y que se asentaba en transferencias y padrones de beneficiarios construidos ad hoc. No era necesaria la estructura de una burocracia moderna capaz de diseñar políticas e innovaciones públicas, sino regresar a lo básico de estructuras de movilización política que construyen una relación e intercambio con clientelas específicas.
Sus programas son universales, lo que puede sacudirlas de ese sesgo partidista, pero sus estructuras de movilización electoral son un ejemplo avanzado de lo que se edifica con fines electorales. El proyecto de Claudia Sheinbaum busca trascender este modelo, presumo. Y necesitará para ello modificar o fortalecer las capacidades de gobierno que se han visto mermadas de una manera profunda.
La oportunidad para hacer cambios en la forma en la que se gobierna es amplísima. Un mandato, una mayoría franca, da para plantear las reformas tantas veces postergadas. El triunfo de López Obrador se explica por una crisis con el modelo anterior, un esperar sus frutos sin respuestas asequibles. Un gobierno con gran legitimidad por serlo no puede resolver en automático los problemas de gobernanza que están en cada espacio de este país, pero sí puede plantear una agenda para lograrlo. Estamos de nuevo ante una oportunidad. Se avanza o se desecha. Veremos en los próximos días cuáles son las ambiciones de la nueva administración. Ojalá sean las de gobernar.