Sería fantástico dejarse llevar por el viento del optimismo artificial que generan legisladores porristas en San Lázaro y los medios de comunicación que pintan un idílico futuro gracias al relevo sexenal. Bastaría con cerrar los ojos.
Cerrar los ojos y dar carta de normalidad a aquello que no es normal.
En una democracia no es normal que en sus discursos del día de toma posesión la presidenta Sheinbaum haya sido más amable con los animales que con los mexicanos que piensan diferente a ella.
Los que piensan distinto, los que no votaron por ella, simplemente no existieron. Y son 42 por ciento de la población que acudió a las urnas.
No es normal, ni legal que a ese 42 por ciento se le otorgue sólo 26 por ciento de las curules.
Con juego sucio, consejeros del INE y magistrados del TEPJF le entregaron 74 por ciento de las diputaciones a la alianza gobernante que obtuvo 55 por ciento de los votos.
No fue normal, fue un fraude a la ley.
Así cambiaron y seguirán cambiando la Constitución.
Así llenaron San Lázaro y convirtieron en mitin partidista lo que debió ser una ceremonia republicana.
En cualquier cambio de mando en el mundo democrático, cuando el nuevo presidente toma posesión, tiende la mano a los vencidos y los convoca a trabajar en unidad en favor de aquello en que coincidan.
Tal gesto –que no es sólo ritual– no ocurrió el martes.
Eso no es normal por la evidente razón de que la democracia está en un momento de quiebre.
México va que vuela al régimen de pensamiento único, y eso no tiene nada de normal ni de aplaudible.
Son comprensibles las ganas de creer que México seguirá siendo democrático, que ahora sí viviremos en paz y que habrá respeto y diálogo entre quienes tienen distinto parecer.
La realidad, sin embargo, es diferente.
Dijo la presidenta Sheinbaum que es mentira que el país se vaya a militarizar porque la Guardia Nacional estará compuesta por militares y marinos, tendrá mando militar, y estará adscrita a la Secretaría de la Defensa Nacional.
Si eso no es militarización, entonces ¿qué es?
Es mentira, dijo Claudia Sheinbaum, y uno se debe tragar el sapo nada más porque lo dice ella.
Dijo que se fortalecerá el Estado de derecho con la elección directa de magistrados, jueces y ministros.
¿Cómo va a mejorar el Estado de derecho con jueces electos a través de una campaña, propuestos por la mayoría oficialista en el Congreso, por el Ejecutivo y por un partidizado Poder Judicial?
La inmensa mayoría de los juzgadores será puesta por el bloque de partidos en el poder.
Al Verde, que es fuerte en Chiapas y San Luis, le corresponden los jueces en esos estados. Al PT en tales y a Morena en todos los demás.
No es normal aplaudir esa destrucción como si fueran a levantar el gran edificio de la legalidad mexicana.
¿Cómo la popularidad de los candidatos a jueces va a garantizar mayor justicia que los méritos de los que estudiaron, se actualizaron e hicieron carrera judicial?
No hay manera de explicarlo porque el objetivo no es mejorar la justicia, sino tener el absoluto control político de ella.
Y sin amparo efectivo para que el ciudadano se defienda de los abusos del poder.
Es inexplicable –más que por la bondad de los vientos– que se genere una atmósfera de normalidad cuando lo que tenemos es una pérdida de libertades, de democracia y Estado de derecho.
Anunció la Presidenta en el Zócalo que va adelante la reforma electoral para que sean más económicas las elecciones. No es normal pasar por válido ese argumento y fingir que lo creemos.
Vamos a tener elecciones para que, por votación directa, se nombre a los consejeros del INE. Y el organismo pasará a ser una dependencia del Ejecutivo.
No es para ahorrar, sino para tener el control de las elecciones y no soltar el poder.
En los gritos finales de la ceremonia de toma de posesión, tradicionales, da gusto oír el “¡Viva México!”, porque todos nos sentimos incluidos.
Pero antes del grito que nos une, la Presidenta lanzó el de “Viva la cuarta transformación”.
Con eso excluyó de un plumazo al 42 por ciento de la población que también serán sus gobernados y merecen su cobijo.
El grito fue para su coalición política. Es sectarismo. Y es lo que hay y tendremos.
No lo habíamos visto nunca. Salvo, quizás, en la época de Luis Echeverría al inicio de los años setenta, cuando en las ceremonias oficiales gritaba, previo al “Viva México”, su lema de gobierno: “¡Arriba y adelante!”.
Hablar de la “invasión de los españoles” para seguir con el pleito absurdo que montó su antecesor, tampoco es normal.
Ningún sentido tiene fomentar el encono por lo que más de 500 años atrás hicieron unos extremeños que vinieron a estas tierras y se aliaron con los tlaxcaltecas, cuando España no existía como tal ni México era una república.
Ahora esos descendientes de “españoles”, de éste y del otro lado del Atlántico, son amigos y socios comerciales. ¿Para qué el pleito?
No es normal ni debe dársele carta de normalidad al fomento de fobias en un discurso de toma de posesión.
Cuando Moctezuma recibió a Cortés –escribió en sus memorias el de Medellín–, el emperador le dijo algo así como “eres bienvenido, porque en esta tierra todos somos extranjeros”. En efecto así es.
México es una macedonia de etnias, mezclas, creencias, orígenes lingüísticos, ideas políticas… y lo normal es que quien gobierne lo haga con el programa votado por la mayoría, y con respeto a todos. Sin excluir a nadie.
Eso ya no es así. Y no, no es normal.