Muchos gustan de presumir ‘el ingenio del mexicano’ como fuente inagotable de albures de cantina. La presidenta Claudia Sheinbaum quiere usarlo, finalmente, para algo productivo.
Por ejemplo, para producir un coche eléctrico nacional que, si bien es una idea, ya tiene un nombre: Olinia, un vocablo que en náhuatl refiere el movimiento. Espera que para 2030, 45 por ciento de los vehículos en el mercado funcionen a baterías.
Mucho dijo ayer la mandataria durante su primer día en funciones, pero percibo indispensable rescatar 80 palabras relacionadas justamente con la base de un proyecto que debe dar forma a ideas como las del automóvil:
“Haremos de México una potencia científica y de la innovación. Para ello apoyaremos las ciencias básicas, naturales, sociales, y las humanidades, y las vincularemos con áreas y sectores prioritarios para el desarrollo nacional. Las mexicanas y mexicanos tenemos creatividad, tesón, y capacidad de sobra. Estoy convencida que no podemos quedarnos atrás en el desarrollo tecnológico. Pensémoslo, tenemos grandes pensadores e innovadoras, innovadores desde tiempos prehispánicos, tenemos universidades y tecnológicos de primera, y las y los mexicanos somos trabajadores y creativos”, dijo Sheinbaum ayer a diputados y senadores durante su toma de posesión.
Para una mayoría puede pasar como una parte más del discurso. Para quienes rondan los 20 años de edad es fundamental que ese proyecto prospere para no vivir su adultez en un México miserable, en uno que cambie fierros baratos por carísimos electrónicos y altas rentas vitalicias de entretenimiento y salud.
Ella abundó más tarde cuando se acercaba la noche en el Zócalo de la Ciudad de México.
En una lista de 100 proyectos de su plan de gobierno, los expuestos del número 33 al 40 dibujaron un escenario utópico de un país que podría apoyar a su gente más brillante, a aquellos que realmente pueden crear prosperidad y no solo ocuparse en fabricar. Ella prometió:
Apoyo a las ciencias básicas; un plan de desarrollo tecnológico para la innovación; un Programa Espacial Mexicano, que bien puede considerar un cambio constitucional pendiente impulsado por el partido Morena; integración a la cadena de semiconductores y la creación nacional de chips; una fábrica de software público; un centro de inteligencia artificial y ciberseguridad; drones; equipos de telecomunicaciones y de monitoreo de salud y de energía.
Amén de lo concerniente a la tecnología, la presidenta considera otra posible ruta a la prosperidad: la creación de arte y cultura que México que se ha tardado en conectar con los motores que les convenzan o no, mueven el mundo al gusto de Spotify, Netflix, YouTube o TikTok.
Sheinbaum va por músicos, artistas plásticos, escritores y salas de lectura.
Incluso por deportistas destacados, personajes que en la cultura nacional han sido indebidamente relegados a la segunda fila de la historia por los mismos individuos que presumen sus paseos en el Met de Nueva York o sus fotos en las gradas de estadios norteamericanos.
Además de científicos, a México le urge otra Frida; otro trío como el de Cuarón, Del Toro y González Iñárritu. Vaya, no hubo tampoco muchos compositores universales después de Agustín Lara o Manzanero. A este país le urge una cultura influyente no solo por su peso social y el ‘soft power’ que persiguen las grandes naciones, sino porque reditúa económicamente en una industria cultural que, si bien hoy no está muerta, vive una agonía musicalizada a ritmo de reguetón importado.
Claudia Sheinbaum vive desde ayer esa luna de miel que son los primeros 100 días de su mandato, durante el cual casi todo es perdonado a las y los presidentes. Estamos en días de promesas, cierto. Eso no evita de facto la realización de proyectos.
Claro que debe atender lo apremiante: Acapulco, Sinaloa, Chiapas. También lo importante: la urgente necesidad de electricidad limpia y su debida transmisión.
Pero el hecho de que considere en su estrategia una visión para apoyar a la gente mexicana con talento para generar nuevas fuentes de ingreso nacional, confirma lo que anticipé aquí hace unos días. Ella sí entiende, a diferencia de sus antecesores.
Si Sheinbaum quiere llamarlo “Humanismo Mexicano” o de otro modo, da igual, mientras funcione.