Como resultado de una elección de Estado, en la que la compra de voluntades fue financiada con recursos públicos al extremo de poner en riesgo las finanzas públicas, pero en la que además hubo irregularidades que no se documentaron debido a la falta de representantes de los partidos de oposición, Morena y aliados lograron obtener casi 60% de los votos válidos. No contentos con eso, en connivencia con consejeros del INE y magistrados del TEPJF, aplicaron un margen de sobrerrepresentación a sus bancadas que no tiene parangón en nuestra historia, ni lógica alguna. Gracias a ello, la coalición oficial cuenta con casi tres cuartas partes de la Cámara de Diputados.
Ahora quieren hacer uso de esa supermayoría espuria para alterar de fondo la convivencia social, el acuerdo elemental sobre el que funciona el país. Sin contar con el respaldo de una amplia mayoría de mexicanos, buscan derruir al Poder Judicial para reemplazar jueces, magistrados y ministros por gente afín. No como sería en una democracia, haciendo uso de los plazos y procedimientos establecidos, sino destruyendo y colonizando.
Como sabemos, millones de mexicanos ni siquiera prestan atención a lo que ocurre. No lo hicieron cuando se destruyó el sistema de salud y empezaron a desaparecer las vacunas, no lo hicieron cuando México alcanzó el máximo nivel en muertes en exceso por falta de atención durante la pandemia, no lo han hecho conforme crece el número de homicidios, pero sobre todo el de desaparecidos, gracias a una absurda “estrategia”.
Muchos de ellos sufren de lo que alguna vez calificamos aquí de “ilusión monetaria”. El dinero con el que se compró su voluntad, que fue creciendo aceleradamente durante el sexenio, les hace pensar que viven mejor, aunque no compense lo que pierden tanto en cobertura y calidad de los servicios públicos como en inflación. Otros se han ilusionado con incrementos salariales forzados desde el gobierno, que poco a poco están provocando dificultades para la contratación y, por lo tanto, más informalidad. Unos más, finalmente, vieron en las remesas enviadas por sus familiares la forma de vivir un poco mejor.
Hay quien cree que esos ingresos adicionales reducen la pobreza, como lo creyeron en los años setenta, cuando hicimos exactamente lo mismo: repartir dinero financiado con endeudamiento. Cuando hubo que pagar, resultó que la pobreza creció como nunca antes.
Con base en ese populismo económico, usando discursos llenos de mentiras, con el apoyo de políticos, empresarios y opinadores acomodaticios, alcanzaba para repetir en el poder. Pero no se trataba de eso, sino de aplastar, y por eso en la elección se obstaculizó, se compraron votos, se alteraron actas, que después certificarían los organismos ya colonizados. No hubo capacidad de respuesta, y eso posibilitó el abuso de la sobrerrepresentación.
Se cierra con ello el camino legal para evitar el abuso, pero, como lo dijimos desde hace meses, eso reduce los espacios de negociación y acuerdo y, sin intermediación, los conflictos no se pueden evitar ni resolver. Crecen.
Confían en que el líder de todos los conflictos sociales de los últimos treinta años es precisamente el impulsor del abuso, por lo que no esperan respuesta. Tras seis años de engaños, no ven por qué no podrían sumar otros. A lo mejor tienen razón, pero no es seguro.
La democracia no consiste sólo en elecciones. Implica el respeto a los derechos, y a las minorías. Y por eso es el sistema que permite dirimir las diferencias de forma pacífica. Aplastar la democracia, borrar los derechos, humillar a las minorías, puede terminar en el control absoluto en manos de una persona, pero también puede terminar en una vorágine social. Juegan con fuego.