Las habilidades políticas de Kamala Harris han sido cuestionadas desde que apareció en la escena pública. Como procuradora de California, dependió del apoyo de personajes poderosos. En 2019 no llegó ni a las primarias en su intento de obtener la nominación demócrata. Como vicepresidenta, fue incapaz de integrar un equipo funcional y despreció diversas oportunidades de lucimiento.
En el comité de reelección de Joe Biden, la consideraban “un chicle mascado pegado en la suela del zapato” y le aconsejaban sustituirla. Hillary Clinton afirmó que ella no tiene instinto político y, ahora que es candidata, le envió una carta donde, sin sutileza, le da instrucciones de cómo llevar su campaña.
El primer reto que tiene es atemperar sus posiciones radicales, agradables a la facción progresista de su partido, pero rechazadas por la mayoría del electorado.
Extender a toda la población el servicio médico gratuito (que ahora sólo cubre a los adultos mayores) es muy loable, pero dispararía el costo de los seguros privados y muchos no aceptan que incluya a los migrantes ilegales. Prohibir el fracking dejaría sin empleo a miles de trabajadores y comprometería la seguridad energética del país. La política de recibir refugiados indiscriminadamente no puede continuar, porque está causando la quiebra fiscal en las grandes ciudades gobernadas por los demócratas.
Frente al conflicto en Gaza se le ve escorada hacia el lado palestino y no tiene un planteamiento diferente al frustrado intento de cese al fuego que impulsa Biden.
Por eso, James Carville (el exitoso estratega de la elección de Bill Clinton) le recomienda apartarse de posiciones “exóticas”. Aunque en las pasadas semanas las ha matizado, es imposible reinventarla en tan poco tiempo. Una Kamala 2.0 se ve falsa y oportunista. En la única entrevista que ha dado (CNN, 31 de agosto), ni llevando de chaperón a Tim Walz y con una conductora que le lanzó puras bolas fáciles, pudo eludir sus inconsistencias. Apenas alcanzó a decir: “Mis valores no han cambiado”.
La actual administración trató de vender el Bidenomics y la gente no lo compró. En los últimos cuatro años el precio de los alimentos subió 25 por ciento; la gasolina, 36 por ciento, y las rentas, 52 por ciento. Muchos trabajan horas extras y aun así tienen la tarjeta de crédito saturada y la hipoteca retrasada.
Hasta el momento, ella ha seguido el guion de Biden: la inflación es culpa de la codicia de las grandes corporaciones y por ello deben pagar más impuestos. El problema es que esa solución sólo sería viable si tuvieran amplia mayoría en el Congreso, porque ni siquiera todos los demócratas aprueban esa medida. Mucho menos el control de precios en los alimentos que propone Kamala.
Ante la ausencia de planteamientos creíbles, los publicistas presentan a su candidata como hija de una madre trabajadora en un barrio de clase media de Oakland; como una muchacha que tuvo que trabajar en un McDonald’s para completar el costo de su colegiatura universitaria y por eso comprende la angustia económica de las familias; como una profesional que siempre ha luchado por los débiles. En una serie de spots tratan de convencer a la gente de que está “enfocada” en sus necesidades, pero no entran en demasiados detalles para probarlo.
Centrar la propaganda en el peligro que representa el regreso de Trump es un error. Le da la razón al republicano, quien ha hecho creer a sus seguidores que protagoniza una epopeya contra los que quieren evitar que regrese a la Casa Blanca. Ya David Plouffe (el estratega de Obama) le había advertido a Kamala: “La campaña no es contra quién, sino por quién”.
La candidata cuenta con una extraordinaria jefa de campaña. Jen O’Malley Dillon ha sido asesora de los candidatos demócratas desde 1999 y fue la primera mujer en dirigir una campaña presidencial exitosa (la de Biden). Hace cinco días le envió un memorándum a los coordinadores de las diferentes secciones de la campaña. Les dice: “No se equivoquen: nos dirigimos a la recta final de esta carrera como claros perdedores. Donald Trump tiene una base de apoyo motivada, con más respaldo y mayor preferencia de la que ha tenido en cualquier momento desde 2020″.
Por eso, todas las baterías se están centrando en el debate de la próxima semana. Como sugiere Carville: Trump se descarrila solito; Kamala no le debe hacer el juego. Ella tiene que mostrar a sus compatriotas que puede haber un futuro diferente.