Cualquier gobierno del mundo que se considera democrático, pero controla a las instituciones electorales, vivirá bajo la tentación constante de manipular elecciones con el fin de perpetrarse en el poder.
La tentación aumenta cuando se empoderan líderes populistas o autoritarios, que, en nombre de una ideología y el uso de mucha propaganda, ven en el poder una adictiva vía para enfermar poco a poco a la sociedad.
No solo erosionan las bases de la democracia, sino que, sistemáticamente, violan los derechos humanos, las libertades individuales, las de prensa y opinión; reprimen minorías, suprimen nuevas tecnologías de comunicación, encarcelan a los opositores y prefieren una sociedad ignorante y manipulada, en lugar de una crítica y educada con autonomía.
En Venezuela, desde hace varias décadas se comenzó a perpetrar una dictadura en nombre de una de esas ambiguas e inconsistentes ideologías, la autonombrada “Revolución Bolivariana” socialista, impulsada por Hugo Chávez, y que a raíz de su muerte pasó a manos de su incondicional y oportunista Nicolás Maduro.
No obstante, y a pesar de que Maduro dista de tener el carisma de Chávez, ha sabido controlar las instituciones del Estado venezolano para celebrar elecciones fraudulentas y controladas durante 11 años. Como todo líder populista, las Fuerzas Armadas figuran como su principal aliado y mutuamente se retroalimentan, empoderan y seducen.
Todo hace suponer que, tras la elección celebrada el pasado domingo 28 de julio, finalmente se llegó a un punto de inflexión en la decadencia del chavismo-madurismo donde lo que a continuación veremos, muy probablemente, sea su fin. No obstante, hay dos preguntas en el aire aún difíciles de responder: ¿en cuánto tiempo veremos esa transición de poderes? Y ¿a costa de qué?
Por lo pronto, hay un plan de la comunidad internacional para revalidar ese cambio, en el cual su presión consiste, primero, en exigir evidencias que comprueben que las elecciones pasadas fueron transparentes. El gobierno de Maduro no ha logrado hacerlo, y difícilmente lo hará después de una semana de malabares discursivos sin sustento y disparatados, acusando sin ton ni son a la “ultraderecha” y a los “fascistas” de sus propios excesos y mal gobierno.
Esto ha generado la negación por parte de la comunidad internacional a Maduro para encabezar un nuevo periodo. Incluso, siete países (entre ellos Estados Unidos) han validado el triunfo de los opositores, Edmundo González y Corina Machado, quienes sufren una “investigación” de las autoridades controladas por el régimen, con la amenaza de encarcelarlos.
Existe otro bloque de países que aún prefieren a una Venezuela en crisis a condición de que no se alineen a los intereses de Estados Unidos y Europa. Nicolás Maduro utiliza esos desesperados lazos para atrincherarse en el poder. Al mismo tiempo, usa esa maquinaria represiva para generar miedo. Sus actos resumen el manual de lo que hace cualquier “líder” autoritario. No obstante, su margen de legitimización se agota y la gente en las calles demanda también un cambio.
Mientras Maduro se aísla, las diversas crisis internas en Venezuela se multiplican. Estados Unidos, Perú, Argentina, Uruguay, Ecuador, Costa Rica y Panamá reconocieron a González Urrutia. El presidente de Chile, Gabriel Boric, ha llamado represor al gobierno de Maduro, mientras Colombia, México y Brasil, al igual que la Unión Europea, exigen pruebas contundentes de que las elecciones fueron transparentes.
Ahora bien, recordemos que en 2019 se intentó, fallidamente, impulsar a Juan Guaidó, quien se proclamó presidente interino tras argumentar otro fraude en las elecciones de 2018. Desde ese entonces, Maduro perdió el reconocimiento de más de 60 países, aunque aún mantiene viejas alianzas, como las de China y Rusia.
Por ello, la comunidad internacional debe asumir que enfrentará a un líder kamikaze y más peligroso espíritu represivo. A diferencia de 2019, ya se habla de una tercera vía para frenar la descomposición social, política y económica que azota a Venezuela con más de mil detenidos, según la ONG Foro Penal, en apenas unos días. Muy probablemente, esta tercera vía la encabezarán los gobiernos de Brasil, por un lado, con el apoyo de Estados Unidos y Europa, mientras que México, Colombia y Chile serán testigos de la construcción de una transición adecuada.
No obstante, quien tendrá el pulso real y correrá todos los riesgos, será el pueblo venezolano. Exigió primero en las urnas un cambio, y ahora en las calles se juega su libertad. Esperemos que las fuerzas armadas sepan entender las exigencias de una ciudadanía harta y asqueada, y se sumen al lado correcto de la historia, el de apoyar la democracia.