El resultado del 2 de junio marca rumbos diferentes para el PRI y para el PAN. La fuerza y la agenda de Morena serán interpretados de distinta forma por quienes durante la feneciente legislatura desafiaron en alianza al obradorismo. El futuro opositor no será en rígido tándem.
Eso llamado bloque de contención morirá de causa natural. Cada uno por su lado, el Revolucionario Institucional y Acción Nacional analizarán la ruta parlamentaria, que eventualmente será propuesta programática de campaña, que más les convenga.
Por principio, intentarán volver a su origen. Desde 2018 los reunió, al menos formalmente, el espanto a lo que veían como una tentación autoritaria. Dicho de otra forma, dejaron diferencias para resistir a quien se propuso cancelar su criatura: el modelo de la transición.
Pero la elección premió a quien niega las virtudes de un esquema gubernamental de órganos autónomos, federalismo y división de poderes. Frente a la contundencia de esa victoria de Morena, el código genético de PRI y PAN responderá de dispar manera.
Los priistas, que han sido tan estatistas como neoliberales, tendrán el dilema de definirse frente al exitoso movimiento que de muchas formas se les parece: ¿dónde hay más futuro tricolor?, ¿dónde tendrían más oportunidad de retener lo que aún poseen? ¿En la denostación a rajatabla de lo que pretenda Morena? ¿O en la voluntad de colaboración –así sea caso por caso, pero definitivamente proactiva– de lo que vaya trayendo el sexenio?
Hay algunas pistas para revisar ese dilema: la más obvia, el caso del PRD, que pagó con la extinción su aventura de enfrentar sin tregua a muchos de sus exmilitantes; y una no menos evidente: la enorme ganancia electoral de PT y Verde al ser comparsas del obradorismo.
Además, la alianza electoral de PRI, PAN y PRD no puede ser leída por los priistas como una fórmula que les haya potenciado. De ese experimento el PAN puede decir que es quien menos perdió. Qué incentivos tiene el tricolor de repetir lo que las urnas no premiaron.
Los panistas, en cambio, tienen una oportunidad. Hacerse fuertes como la “verdadera” fuerza opositora. Finalmente, hablando de genética, ellos nacieron para enfrentar al cardenismo, qué de raro tendría que ahora se opongan a un movimiento medio cardenista.
Triunfos como el de Guanajuato, donde la ciudadanía, de nueva cuenta y a pesar de los enormes problemas en seguridad, les refrendó la gubernatura (o los malos resultados de Morena en la panista Aguascalientes), constituyen indicios de que hay espacio para un partido conservador, así sea a nivel regional. ¿Para qué compartir eso con el PRI?
En la inminente renovación (es un decir) de la dirigencia blanquiazul se escuchan llamados a revisar la alianza con el PRI. Podrían así explotar sin estorbo y para su exclusivo beneficio la identificación que todavía gozan con clases medias.
Igualmente significativas son las expresiones de influyentes panistas al declararse abiertos a negociar aspectos de la reforma al Poder Judicial que pretende el gobierno, a no oponerse por principio. Todo un cambio de paradigma, sobre todo porque el oficialismo aún no ha amarrado la mayoría constitucional en el Senado.
Si bien ni PRI ni PAN harán la revisión autocrítica que algunos observadores les demandaron luego de la derrota de hace dos meses, y descontado que el statu quo en las dirigencias de esas organizaciones se mantendrá (con o sin cambio de presidente), lo anterior no significa que no hagan sendas evaluaciones de la estrategia que más les conviene a partir de septiembre.
Son reflexiones por separado. Como separado es el eventual futuro que aún podrían tener.